Puede llegar a ser relativamente fácil pensar en una nueva
molécula para tratar una cierta enfermedad. Lo difícil es
probarla in vivo, lo que está retardando la llegada al mercado
de nuevos tratamientos prometedores. El centro Tufts para el
Estudio del Desarrollo de medicamentos estima que el coste
promedio de lanzar una nueva molécula al mercado
actualmente se sitúa en 2.039 millones de euros. Este coste se
ha incrementado en los últimos diez años debido al aumento
de los gastos de desarrollo y la alta tasa de fracaso al pasar de
la investigación a la fase clínica. Los instrumentos que
disponemos en la actualidad para probar si un medicamento
va a funcionar, va a ser eficaz y seguro antes de probarlo con
humanos, están fallando, no predicen lo que va a suceder a los
futuros pacientes.
Por una parte están los estudios con animales. Los
animales son muy útiles para predecir como funcionara un
medicamento en un organismo complejo pero en muchos
casos no pueden extrapolar con exactitud las respuestas en
humanos debido a que no pueden imitar exactamente la
fisiología humana y por lo tanto no responden igual ante un
mismo estímulo.
La otra opción son los cultivos celulares. Estos son
bidimensionales, planos y no se comportan como lo hace un
órgano dentro del organismo en consecuencia las células no se
sienten cómodas en este nuevo ambiente.
Los órganos en un chip, por tanto, aportan resultado más
rápidos, rentables y precisos a la hora de determinar la
eficacia o la toxicidad de un fármaco.
Los órganos en chips pueden cambiar la manera de
hacer ensayos clínicos en el futuro. En la actualidad, se
utilizan participantes promedios y no pueden participar niños
ni embarazadas. Si se pudiera crear poblaciones en un chip se
podría predecir con exactitud la reacción que provoca un