de mi mamá, luego miré a mi papá en quien se pintaba un gesto similar,
pero no sabía qué estaba pasando. Y al hospital fuimos. Tendrían que
operarla. Nadie quería decírmelo, pero las posibilidades de supervivencia
no eran muchas. Pero ¿cómo le dices a un niño de diez años que su mamá
se va a morir?
Toda mi vida había disfrutado de los fines de semana en que me quedaba
a dormir en casa de mis abuelos. Pero el quedarme durante semanas
enteras no fue exactamente lo que esperaba. Parecían como unas simples
vacaciones, pero algo andaba mal. Extrañaba a mi mamá, quería verla,
abrazarla. Me preguntaba qué estaría sintiendo en esos momentos.
Y un día fuimos a verla, previo a su operación. En su cuarto había siempre
visitas. Incluso mi abuelo, al que nunca había visto en mi vida, había
pasado a visitarla. La abracé y ella me abrazó de regreso. Estuvimos un
rato juntos. Aparentemente algo que no se podía hacer, pues por ser menor
no podía ingresar al hospital, pero habían hecho una excepción conmigo.
Una excepción que en su momento no entendí porqué había sucedido.
No recuerdo muy bien las cosas que me dijo mi mamá, pero recuerdo que
algo sonaba extraño. Me decía cosas muy bonitas, pero no son cosas que
uno diga todos los días. Finalmente llegó mi momento para retirarme,
tenía que dejar a mi mamá un rato sola. Ella se despidió de mí, su voz
sonaba entrecortada, como si intentara contener el llanto.
Yo lo veía todo tan extraño y tan normal al mismo tiempo. No notaba que
nada fuera a cambiar después de esto. No me percataba de que mi mamá
no estaba despidiéndose de mí, sino “despidiéndose de mí”. Pero nadie
me lo aclaraba, después de todo ¿cómo le dices a un niño de diez años que
no volverá a ver a su mamá?
Regresamos a la casa de los abuelos. No sabía cuánto tiempo llevaba
viviendo en esa casa, días, semanas, meses. Solo sabía que era mucho
tiempo y lo único que quería era regresar a mi hogar con mi mamá. Pasó
la operación. Milagrosamente, días antes los doctores habían encontrado
56