María de Lourdes López
para que “la muchacha” viviera allí. Pero como el servicio “de planta” está
en extinción, el uso de los cuartos empezó a variar y las azoteas cambiaron
de fisonomía.
Seguramente todos, en algún momento de nuestra adolescencia, huimos
a la azotea en búsqueda de ese espacio de soledad tan necesario como
difícil de encontrar en la casa. La azotea ha sido refugio de corazones
rotos, de lágrimas y enojos por los líos familiares, de amoríos secretos, de
las primeras fumadas y seguramente de uno que otro conecte.
Dicen que la ropa sucia se lava en casa, lo que quiere decir que no se deben
andar ventilando problemas en público. Sin embargo, a la hora de la tendida
se exponen al sol y a la vista de todos las intimidades de la vestimenta.
Quienes viven en casas particulares se pierden de la experiencia de conocer
a sus vecinos a través del tendedero. De la pareja que parece de bajo perfil
aparecen un día, en el tendedero, gasas y encajes rojos; al vecino que sale
tempranito a trabajar le descubrimos su pequeña colección de calcetines
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