Él creía que lo mejor era llamar a una ambulancia para deslindarnos del
problema, pero lo convencí de que era preferible llevarlo a mi casa, ahí
yo podría atenderlo a la perfección.
A regañadientes David accedió a ayudarme. Entre los dos lo cargamos
hasta mi habitación, donde lo atendí. Curé sus heridas y aunque me
preocupaba que siguiera sin reaccionar, me aliviaba saber que sus signos
vitales eran estables por lo cual lo dejé descansar. Al parecer aquel curso
de paramédicos al que me registró mi mamá el verano pasado por fin
había servido de algo.
Le dije a David que podía irse, pues no quería que se metiera en
problemas por mi culpa. Aunque poco convencido aceptó irse y dejarme
con el hombre herido, pero me recalcó que si llegaba a necesitar algo no
dudara en llamarlo. Amablemente le contesté que sí y lo acompañé hasta
la puerta, donde le pedí de la manera más atenta que no fuera a contarle
nada a mi madre. Me aseguró que sus labios estaban sellados y que él no
diría absolutamente nada.
Cuando se fue David, regresé para revisar a mi paciente. Me percaté
de que en todo este tiempo no había visto su rostro y que tampoco
sabía quién era. Traté de buscar entre su ropa alguna identificación o su
teléfono, pero no tuve éxito. Aparentemente lo habían asaltado, como a
otras tantas personas en esta colonia. Nunca lo había visto o al menos
no lo recordaba, pero extrañamente su rostro me era muy familiar.
No lograba recordar a quién se me asimilaba, pero su cara estaba tan
hinchada que podía parecerse a cualquiera. Hasta que no despertara y
se presentara él mismo no podría conocer su identidad.
Para matar el tiempo decidí leer una novela, y hacer así el mínimo ruido
posible, pero al mismo tiempo estar alerta por si algo surgía. Tiempo más
tarde tomé su muñeca para revisar el pulso y lo encontré estable. Dejé su
brazo cuidadosamente y fue cuando me percaté de quién era. Me sentía
tan torpe al no haberlo recocido antes, pero fue ese singular anillo con
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