Zaguán Literario Zaguán Literario 05 | Page 20

Él creía que lo mejor era llamar a una ambulancia para deslindarnos del problema, pero lo convencí de que era preferible llevarlo a mi casa, ahí yo podría atenderlo a la perfección. A regañadientes David accedió a ayudarme. Entre los dos lo cargamos hasta mi habitación, donde lo atendí. Curé sus heridas y aunque me preocupaba que siguiera sin reaccionar, me aliviaba saber que sus signos vitales eran estables por lo cual lo dejé descansar. Al parecer aquel curso de paramédicos al que me registró mi mamá el verano pasado por fin había servido de algo. Le dije a David que podía irse, pues no quería que se metiera en problemas por mi culpa. Aunque poco convencido aceptó irse y dejarme con el hombre herido, pero me recalcó que si llegaba a necesitar algo no dudara en llamarlo. Amablemente le contesté que sí y lo acompañé hasta la puerta, donde le pedí de la manera más atenta que no fuera a contarle nada a mi madre. Me aseguró que sus labios estaban sellados y que él no diría absolutamente nada. Cuando se fue David, regresé para revisar a mi paciente. Me percaté de que en todo este tiempo no había visto su rostro y que tampoco sabía quién era. Traté de buscar entre su ropa alguna identificación o su teléfono, pero no tuve éxito. Aparentemente lo habían asaltado, como a otras tantas personas en esta colonia. Nunca lo había visto o al menos no lo recordaba, pero extrañamente su rostro me era muy familiar. No lograba recordar a quién se me asimilaba, pero su cara estaba tan hinchada que podía parecerse a cualquiera. Hasta que no despertara y se presentara él mismo no podría conocer su identidad. Para matar el tiempo decidí leer una novela, y hacer así el mínimo ruido posible, pero al mismo tiempo estar alerta por si algo surgía. Tiempo más tarde tomé su muñeca para revisar el pulso y lo encontré estable. Dejé su brazo cuidadosamente y fue cuando me percaté de quién era. Me sentía tan torpe al no haberlo recocido antes, pero fue ese singular anillo con 20