CUENTO
El hombre herido Natalia Nicte Cabañas
Como todas las tardes, saqué a pasear a mis perros. Debía hacerlo o de lo contrario me lo recriminarían destruyendo la casa. Además eran mi responsabilidad, pues fui yo quien insistió en quedárselos, porque me aterraba la idea que mi madre los arrojara a la calle, sabía que afuera no durarían mucho. Aunque en ocasiones pospusiera demasiado mi caminata vespertina, era sin duda mi momento predilecto. Mis largas travesías al lado de mis compañeros caninos me permitían disfrutar del refrescante viento de verano que ayudaba a aclarar mi mente. En ese momento era lo que más necesitaba, no podía seguir dentro de mi casa; el encierro me estaba llevando a una locura total. Nos dirigimos al parque, a todos les encantaba ese sitio. Siempre encontrabas niños corriendo alegremente, parejas enamoradas tomadas de las manos, artistas en pleno proceso creativo. En fin, era como si en aquel espacio cada ser pudiera encontrar su lugar, incluso aquellas almas solitarias como la mía. Perdí la noción del tiempo, pero cuando el cielo se
18