su libertad y la partida permanente
del último integrante de la dictadura
Somocista.
Todos nos abrazamos, felices de estar
sanos y salvos, pero con el dolor de
corazón por aquellos guerrilleros y
personas inocentes que murieron.
Me acuerdo que salí hacia el parque
Darío, sola. Ahí encontré al árbol
de mamones intacto entre todo el
caos que lo rodeaba. Me quedé con
la mirada fija en él. La gente que
festejaba a mi alrededor se comenzó
a mover en cámara lenta, sus voces
sonaban como ecos en la lejanía. Otra
vez comencé a llorar sin producir
sonido alguno y estuve a punto
de caer de rodillas. Estaba feliz. La
guerra se había acabado.
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