instituto. Mientras comía rosquillas
y tomaba fresco de cacao junto con
mis siete hermanos y mis padres,
escuchamos en la radio la noticia de
un paro nacional. El Frente Sandinista
de Liberación Nacional logró entrar
a varias ciudades del país, pero aún
le faltaba Matagalpa. Ya no eran
movimientos civiles, ahora era una
lucha entre el ejército de Somoza y los
guerrilleros de Sandino.
Uno no podía estar tranquilo ni
siquiera en su propia casa. La venta
ya no abría. Ya no veía gente venir a
comprar lápices, libros o cuadernos.
Mis amigas ya no me visitaban, ya
no podía ir a comer fruta con ellas al
parque; se les presentó la oportunidad
de irse a Costa Rica para escapar
de la guerra que se avecinaba y, por
supuesto, la tomaron. Las extrañaba,
pero estaba feliz por ellas y agradecía
a Dios que estuvieran a salvo.
***
Escuché que mataron a Mauricio, un
muchacho con retraso mental que
vendía periódicos en la calle. Todos lo
queríamos mucho, era muy amable.
Le advirtieron que no saliera a vender,
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