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se inculcara en casas y escuelas, la gente valoraría su propio espacio personal, La autoestima alta es una joya con la cual muchos cuentan y presumen, pero otros desean y padecen. Conlleva muchas otras cualidades, como la seguridad, la valentía, el atrevimiento, todas las cuales enaltecen a quien las posee. Sin embargo, resulta ser una maldición para quien no las tiene, para quien nunca las ha siquiera concebido. Lo que conlleva carecer de una alta autoestima es más desfavorable de lo que parece, trae consigo silencio, miedo, agresividad y timidez. ¿No es aquello por lo cual atraviesan las personas que han sufrido algún problema? Ser introvertidos puede ser bueno, pero también resultar ser un silenciador que trae consigo dolencias y consecuencias. A veces, uno de los problemas más importantes recae en no atreverse a ha- blar, a defenderse, a confesar. Quien calla cuando es blanco de burlas, quien no se defiende ante una pelea o acoso ni habla sobre lo que le ha pasado se está haciendo más daño a sí mismo del que le han hecho. Es cierto que el habla, como se ha dicho antes, es la primera forma de atacar a alguien, pero también es un escudo y una prevención para quienes están del otro lado del asunto. Muchas personas no tienen la seguridad para enfrentarse a quienes les faltan al respeto; tampoco saben cómo defender su opinión ante otros ni se atreven a buscar ayuda para encontrar solución a lo que les ha ocurrido. ¿Cuántas víc- timas de asaltos, bullying, violaciones o acosos viven en la sombra? No es fácil conseguir el valor para superar aquello que duele o da miedo, pero los restos detrás del temor construyen cárceles para todos aquellos que nunca se atreven a luchar su propia causa o inclusive la ajena. Definitivamente, otra inseguridad es aquella que ocurre cuando la víctima no se atreve a alzar la voz, tampoco a levantar la cara. Sería un problema menor si realmente se impulsara la idea de creer en uno mismo; sin embargo, la nega- ción y el temor pueden acabar con la integridad intrínseca en todo ser humano. El día en que un señor me persiguió por la calle haciéndome preguntas perso- nales, no tuve la valentía de negarme a responder, tampoco pude revelarle a mis padres mi experiencia y me carcomió no haber actuado con la firmeza que 14 respetaría el ajeno y reaccionaría ante la proximidad de alguien externo.