COLABORACIÓN
LITERATURA
NOVELA
TU NOMBRE CHINO*
JUAN ESMERIO
POETA, NARRADOR, EDITOR, CONSULTOR DE PROYECTOS CULTURALES.
Sonrió al ver el cielo doble, las seis líneas enteras que había
trazado. Hizo a un lado el canuto y el cuaderno de las
consultas, apiló las monedas de plata junto al cabo de la
vela y tomó el libro para leer el dictamen.
Era martes, víspera del viaje. La neblina que se abatía sobre
la ciudad desde el ocaso hacía más silenciosa la noche en
la posada. No era día que el señor Chang recibiera a los
desvelados que buscaban completar el fin de fiesta con
una pipa de opio, aunque nunca faltaba un solitario que, a
principios de semana, necesitara uno de los cuartos del
fondo (el 7, el 8 o, más cómodo, el 9, por el grosor de las
esteras), sin importarle que fueran cuartos compartidos
entre varios fumadores.
León esperó que Hortensia se durmiera para consultar el I
Ching. En el sitio que le correspondía en la cama estaban
las maletas que ella había hecho luego de cenar con el
señor Chang.
El oráculo contestó a su pregunta: «el logro será otorgado
desde las profundidades primordiales del acontecer
universal». El signo representaba el origen de las fuerzas
benignas bajo el cielo, el principio de un nuevo ciclo. No le
había salido en anteriores consultas.
Recordó la vez cuando con solo proseguir la lectura, el libro
le proporcionó la respuesta al dilema que lo corroía en ese
momento, sin necesidad de formular una pregunta.
Al contemplar de nuevo el signo experimentó una ventura
mayor que cuando llegó a Mazatlán, asombrado por un
viaje cuyo destino ignoraba.
1. Ch’ien/ Lo Creativo, al ser todas las líneas formadas por el
número nueve, el yang viejo, lo llevaba al hexagrama
siguiente: 2. K’un/ Lo Receptivo, que le era
complementario.
Quiso leer, pero estaba fatigado. Estiró los brazos, los cruzó
sobre el pecho y se frotó los tríceps con las palmas, bostezó
tratando de no hacer ruido. Se rehízo. Envolvió el libro en el
retazo de seda amarilla que, ante el escándalo de León,
tanto agradó a Hortensia para usarlo de pañoleta; era un
color que desconocía en esa tela y que curiosamente
conocía en la Casa Melchers’ Sucesores pero en sedas
belgas y francesas.
Fue a la cama, guardó el libro y las monedas de plata en la
maleta; retiró esta, junto con el baúl francés, y se acostó sin
quitarse los zapatos de mariposa. Vio a Hortensia; apenas
era la primera noche de buen sueño en estos últimos días
que ahora él contemplaba como se mira desde tierra firme
una tormenta mar adentro, donde no se ve la lluvia ni se
perciben los relámpagos, pero se escuchan los truenos
distantes. No la había despertado ni el ruido de las
monedas de plata. Un rulo le caía en la cara, y él lo apartó
con el dedo.Deseó un habano, pero temió que el olor
despertara a la señora de Chucuan, como ella había
empezado a llamarse a sí misma ante los otros. Se
reprochó no haber aceptado la sugerencia de Juan Jiho —
entregarle un anillo de bodas—, pues cuando León la
descubrió diciendo su nuevo apellido en el restaurant, ante
la suspicaz solicitud de una mujer que le pidió que le
enseñara el anillo de casada, ella le mostró sin recato el
dedo cordial libre.
Evocó a Juan Jiho y pensó en los anillos que habría hecho
con ese entusiasmo suyo cuando se trataba de crear joyas.
Quizá sin avisarle habría grabado en el interior sus
nombres en chino ligados a sus nombres castellanos.
Aunque desconocía el nombre original de León, que este
cambió al llegar a México, y además no se habría atrevido a
preguntárselo, a pesar de la confianza y los gestos de
mutua buena vecindad que se dispensaban: León Chucuan
le compartía panecillos, obsequio de la abuela del campo a
Hortensia, y Juan Jiho, gallinas salvajes que provenían de
sus tratos con los gambusinos-monteros de la sierra. Esa
carne dura y de color marrón, el señor Chang la
transformaba en un guiso de gallina con aroma de vino
que los reanimaba el domingo; Jesús Yuen y Juan Jiho
incluidos.
El buen Juan Jiho, tutor al que tanto debía, cómplice de
caminatas por las calles de la ciudad y por las playas en los
primeros tiempos; amigo con el que discutía sobre el
destino de China. ¿Cuál sería su fortuna con el cambio de
oficio —de artesano impecable a negociante de oro? Una
media noche de mucho sereno, León cargó su equipaje
hasta el hotel Diligencias, en la calle Guelatao, donde
tomaron un carruaje a la estación de Piaxtla. Se fueron
hablando español en voz alta, para sorpresa del otro
pasajero a bordo. Ellos mismos iban sorprendidos por los
asientos de terciopelo verde jade de la diligencia, superior
en comodidad a un rickshaw, pese a que aún había
lodazales en los caminos. León bajó en la estación de
Piaxtla. Juan Jiho, a lomo de mula y guiado por un arriero,
continuó río arriba. En San Ignacio de Loyola el cielo se
eclipsó con nubes de color verde y una chispa roja y
amarilla: miles de pericos volaban sobre el bosque.