El conjunto toca boleros estilo mariachi. El lugar está pobremente iluminado. Sólo se ven las caras por la luz rosa que sale del bar. Un mesero se aproxima y deja dos caballitos de tequila sobre la mesa. La mujer da un trago pequeño, deja el cristal manchado de lápiz labial. Su acompañante, un hombre joven, por otro lado, acaba con el tequila de un sólo golpe. Ella sonríe.
—¿Y bien? —pregunta la mujer— ¿Qué pensaste?
—No lo sé. Todo podría complicarse.
Ella desliza una mano hasta tocar la de él.
—No va a pasar nada. Lo prometo.
Él levanta el brazo y, con un gesto, pide al mesero otra ronda de tequila.
—No te vayas a pasar con el alcohol —dice ella—. Te necesito fresco.
El hombre baja el rostro unos segundos.
—Sí, sí. Ya sé —dice.
La mujer examina otra vez el traje bien arreglado del joven sentado frente a ella, la cara sin afeitar. Ve duda en sus ojos.
—Mírame —lo llama—. Mírame bien.
Él lo hace. Sus ojos dejan de vagar y se concentran en los de ella. Aunque es difícil olvidarlo, aún se sorprende de lo hermosa que es. Y aquella noche ha puesto todavía más empeño en su imagen. Lleva un vestido rojo, un collar ajustado al cuello y el pelo recogido, con risos que le caen por ambos lados de la cara.
—Eres hermosa —dice.
—Escúchame. Una vez lo hayas hecho, vamos a poder tener todo lo que queramos. ¿Lo entiendes? Vamos a poder estar juntos.
—Sí.
—¿Lo vas a hacer?
—Sí. Haría cualquier cosa por nosotros.
Ella sonríe al escuchar la respuesta y con el dedo pulgar acaricia la mano masculina que se le ofrece.
—¿Dónde está él? –pregunta el joven.
—¿Lo vas a hacer en este momento?
—Sí.
—Está… debe estar en el club, jugando golf.
El joven se inclina sobre la mesa y besa a la mujer. Posa una mano sobre su cintura. Es un beso lento. Después se incorpora y levanta el saco lo suficiente para que ella pueda ver la pistola escondida en el pantalón.
—Te busco más tarde.
Cuando él se va, ella pide otro tequila. Se quita el anillo de casada y lo deja sobre la mesa. Ya no necesita a ninguno de los dos.