¿Qué es la ciencia ficción a fin de cuentas? Las bodas de la tecnología de punta con el accidente fatal. Las nupcias del cambio inminente con los rezagos políticos. Los lazos del conocimiento con los efectos que éste causa entre nosotros.
El futuro tiene la costumbre de nunca ser el mismo, de nunca parecerse del todo a lo que de él pensamos, soñamos, imaginamos.
Como en las novelas de aventuras, la mejor parte de un relato de ciencia ficción es cuando comienza el viaje, cuando todas las expectativas están aún por cumplirse.
La diferencia entre la ciencia ficción y la fantasía es que la primera tiene que dar explicaciones de cada mundo que en sus páginas aparece, de cada criatura que en ellas sale, mientras que la segunda sólo tiene que mostrarlos y ya. En la fantasía todo es posible, ya sea un vampiro o un fantasma. En la ciencia ficción cada ser es su propia causa y efecto, cada monstruo es un ejemplo de adaptación al entorno que lo rodea, al ecosistema que lo ha hecho ser lo que es.
Entre el viaje a los confines del universo y la aventura interior, cercana a nuestro tiempo, la ciencia ficción ha vuelto a ser una literatura de gran aliento tanto como una narrativa de hábitos y costumbres según la tecnología en uso, según las realidades que la enmarcan y definen.
Cuando la ciencia ficción dice cosmos quiere decir casa. Cuando dice raro quiere decir normal.
Por más explicaciones que ofrezca, la ciencia ficción también contiene misterios insondables, enigmas en abundancia. Es una literatura de felices paradojas, de fértiles contradicciones, de ambiguas certezas.
Como decía Becquer, no preguntes qué es el futuro. Eres tú. Aquí. Ahora.
No hay peor futuro que el que no se quiere ver.
Ciencia ficción fue el Titanic, el Hindenburg, el Comet, el Challenger. Esa tecnología de vanguardia hecha pedazos. Ese desastre que no nos impidió seguir adelante, arreglar los desperfectos, solucionar los errores, probarlo todo de nuevo.
La ciencia ficción es la narrativa costumbrista del siglo XXI, la comedia humana de nuestro tiempo y circunstancias. Sus autores son los Honorato de Balzac de nuestra era. Cuentan el futuro como un hecho cotidiano, como una rutina más en la vida que llevamos.
La ciencia ficción no predice el futuro: a lo más vislumbra el presente en que vivimos.
Para la ciencia ficción, el apocalipsis no es el final del cuento sino el principio de su relato. El primer capítulo de una nueva historia del mundo.
En una época en que incluso un crítico tan poco propenso a la ciencia ficción, como lo es el estadounidense Harold Bloom, puede incluir en las obras canónicas de occidente las novelas de autores como George Orwell o Ursula K. Le Guin, es obvio que la ciencia ficción ya no es un género narrativo menor, desdeñado por la república de las letras. Y en el caso de las letras nacionales, la ciencia ficción se encuentra hoy en día en un franco proceso de normalización literaria. Ya no se le ningunea o denigra y ahora debe responder, con calidad literaria, con temas y lenguajes, a su presencia indiscutible en el vasto campo de la literatura mexicana. Si le quedan batallas por librar son las mismas que el resto de nuestra literatura: funcionar como un espejo imaginario de las duras realidades que confrontamos como sociedad y servir como un vehículo de conocimientos y experiencias estéticas y visionarias
En este siglo XXI, la ciencia ficción está como pez en el agua: no requiere la bendición de gurúes ni acepta la censura de los críticos establecidos. Como la literatura policiaca, la narrativa de horror sobrenatural o la fantasía, la ciencia ficción está libre para cometer sus propios errores y descubrir sus propios desafíos.
Más que lección moral, la ciencia ficción es vitrina de nuestros logros y escaparate de nuestras caídas. Plaza pública donde aún se dirimen las viejas y nuevas batallas de nuestro tiempo y de nuestra circunstancia como ciudadanos del planeta, donde aún se plantean las confrontaciones actuales y venideras de esa utopía en construcción que llamamos el mundo. En la ciencia ficción, como en muchos otros espacios artísticos, ya no hay centro, jefes absolutos, líderes incuestionables, puntos de cohesión, verdades reveladas o grupos cerrados. Ahora es un género literario de todos para todos. Una casa abierta donde todos pueden entrar y compartir sus hallazgos, sus querencias, sus monstruos.
En la narrativa de ciencia ficción siempre está presente, bajo la superficie de la historia que se cuenta, las preguntas fundamentales, atemporales, que todos nos hacemos sobre nuestra presencia en el universo. Las interrogantes que la realidad nos susurra incesantemente al oído: ¿Qué hacemos aquí? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? ¿Cuál es el destino de la humanidad? ¿Qué significa ser humano? ¿Qué nos depara el cosmos del que apenas somos una partícula? Esa es la premisa fundamental de la ciencia ficción, su razón de ser.
La ciencia ficción contiene dos motores creativos: sus ansias especulativas para comprender el cosmos y su anhelo de sermonearnos por los males que ocasionamos, por los estragos que provocamos como sociedad, como civilización, como tecnología.
Nada de lo no humano nos es ajeno.
Cada vez más los extraterrestres se parecen a los emigrantes del mundo actual: su travesía está llena de peligros, sus actos están bajo sospecha, su conducta nos es incomprensible. Pero en el fondo sabemos que no somos mejores que ellos, que incluso si nosotros fuéramos a otros mundos haríamos cosas peores, exterminaríamos a sus habitantes con más saña, con menos titubeos.
La ciencia ficción es una quimera metida en el interior de una pesadilla.
A la ciencia ficción le interesa la aventura humana que se da corazón adentro, en ese entramado de emociones y sentimientos, de añoranzas y nostalgias, de pérdidas y fracasos que nos definen y nos hacen vivir el mundo como una experiencia de voluntad y resistencia. La ciencia ficción, en su centro creativo, es un género que a nosotros, sus lectores, nos instala frente al espejo de nuestras propias imperfecciones, de nuestras propias derrotas, pero que, a la vez, no acepta la muerte de la utopía, la caída de los sueños que nos mantienen con vida.
La ciencia ficción ha puesto su magia y sus conjuros para contarnos las posibilidades del futuro y los laberintos de la humanidad, funciona como una misma narración, como una sola búsqueda del vellocino de oro de la imaginación que ha soltado las amarras. Para los escritores mexicanos de ciencia ficción y fantasía, para esos autores fronterizos que desde la periferia de México han mantenido la bandera de estos géneros en alto, se puede afirmar que si algo da validez a estos géneros es que su esencia narrativa es el conflicto humano, el enfrentamiento con lo desconocido. Esas partes de nuestro mapa mental donde aún hay dragones aguardando para devorarnos. Esos sitios de nuestra conciencia donde el futuro es el pasado que vuelve con una vieja sabiduría, con una nueva certidumbre.
La ciencia ficción, lo mismo que la narrativa policiaca, se implanta tan bien en el espacio fronterizo. Es que la frontera es una zona franca, un territorio poroso por donde todo –ideas, personas, productos- se cuela sin dejar más rastro que las leyendas de su cruce, que la memoria colectiva de sus respectivos espejismos. Y aquí hay que recordar que los personajes de la ciencia ficción siempre están cruzando umbrales, buscando una salida, saltando hacia lo ignoto. Son gente que parece no romper un plato aunque en realidad se empeñan en trastocar el cosmos por un prurito de saber, por una necesidad de recuperar lo suyo, por una adicción que no se satisface nunca.
La lección esencial de las obras de ciencia ficción es no desesperarse, es aceptar lo prodigioso, lo irreal, lo extraño como parte de tu vida, como una verdad que merece vivirse aunque sea imposible, aunque nadie te la crea.
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