Hasta la edad industrial, la fantasía dominaba el campo de lo especulativo, de lo maravilloso. Criaturas del dominio popular, de las fábulas para niños asomaban desde sus reinos encantados como símbolos de miedos ancestrales, de visiones asombrosas. Pero con la llegada de la máquina, de la fábrica, de la ciudad como centro de actividades y pensamientos, los seres sobrenaturales, aunque no se extinguieron, dejaron el camino libre a personajes nacidos de la tecnología de su tiempo o del desarrollo imaginativo de los descubrimientos de la ciencia. Para el siglo XIX, la electricidad, el magnetismo, la ciencia médica y la cirugía de trasplantes crearon el clima propicio para el surgimiento del monstruo del doctor Frankenstein en la famosa novela de Mary Shelley. Y lo mismo va, con otros saberes y tecnologías, para el submarino del capitán Nemo, personaje creado por Julio Verne, o la máquina del tiempo y los experimentos biológicos en la obra de H. G. Wells. Una nueva edad donde los sueños de la humanidad no conocían limitaciones se hizo presente. Todo se hacía en aras del progreso. El futuro se presentaba como un mundo moderno, eficaz y lleno de inventos. Así nació la ciencia ficción: como una ventana literaria que nos permitía admirar los logros científicos y tecnológicos y ser testigos de maravillas que estaban por suceder: los viajes a otros planetas, los avances médicos para hacernos invisibles, las ciudades flotantes, los criados-robots que nos servirían dócilmente. Era una visión optimista del porvenir y a la vez era una mirada obtusa, que olvidaba las lecciones de la historia social con su cauda de rebeliones, huelgas, revoluciones y protestas. Era un sueño utópico donde la felicidad colectiva prevalecía. Pero con la llegada del siglo XX y sus convulsos acontecimientos, este sueño pasó a ser un horizonte de tormenta, un paisaje desolador. Así surgió la ciencia ficción: en la encrucijada de nuestras promesas y nuestras desgracias, en el nudo de nuestras contradicciones y enfrentamientos. Así el futuro se fue ensombreciendo mientras transcurrían dos guerras mundiales y revoluciones sangrientas se extendían por el mundo. De esa forma, la ciencia ficción pasó de describir orbes perfectos y racionales a mostrar las fisuras, cortocircuitos y desavenencias de su tiempo. De la euforia por el progreso a la Julio Verne se llegó al reclamo airado de un mañana opresivo y en conflicto permanente con George Orwell y su novela 1984 (1948). Algo se había roto para siempre: nuestra confianza ciega en a ciencia, nuestra aceptación acrítica de la tecnología de moda. Cuando estalló la primera bomba atómica en Hiroshima en agosto de 1945, el futuro ardió como esos ciudadanos japoneses que se vaporizaron por la onda de calor. De ahí en adelante, la ciencia ficción fue una voz de alarma, una conciencia crítica, un grito en la oscuridad. Literatura con los ojos bien abiertos para que nadie se diga inocente, para que todos tengamos el porvenir que merecemos.
DE LA CIENCIA FICCIÓN Y OTRAS AVENTURAS LITERARIAS
GABRIEL TRUJILLO MUÑOZ
Nació en Mexicali, Baja California, el 21 de julio de 1958. Poeta, ensayista, cronista y narrador. Premio Estatal de Ensayo 1990. Premio Estatal de Periodismo Cultural 1992. Premio Estatal de Literatura 1994 por Laberinto. Premio Estatal de Poesía 1994 y 1996. Premio Binacional de Poesía Pellicer-Frost 1996 por Borderlines. Premio Nacional de Ensayo Abigael Bohórquez 1998. Premio Internacional a la Excelencia Frontera 1998. Premio Nacional de Narrativa Colima para Obra Publicada 1999 por Espantapájaros. Premio Nacional de Poesía Bartolomé Delgado de León 2004 por Colindancias. Premio Internacional de Narrativa Ignacio Manuel Altamirano 2005 por Highclowd, memorias de arena y agua, de roca y viento. Mención honorífica en el Concurso Nacional Historias de Lectura 2003.
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