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Cada cultura, cada gran cultura siente un gran orgullo por sus comidas
tradicionales.
En el inconsciente colectivo de estas civilizaciones está firmemente implantada la
noción de alimento tradicional-espíritu tradicional.
Desde los pieles rojas hasta los hunzas, desde los aztecas hasta los sumerios;
siempre estuvo esa vinculación del alimento tradicional, como fuente del espíritu
noble y elevado de la gente de esos pueblos.
Su cocina está basada en principios ancestrales para conservar la fuerza, la
tenacidad y el coraje de esas gentes y de esas razas.
Esa visión espiritual de la cocina, del alimento, de la alimentación como soporte
biológico, emocional y espiritual de una nación, se fue diluyendo con el paso del
tiempo.
Ahora el alimento ha sido reducido por la visión “científica” a proteínas, vitaminas e
hidratos de carbono.
El alimento perdió su “alma”, su vida. Solo lo visible, el rigor científico. Y la gente
elige ahora sus alimentos en base a consideraciones bioquímicas y en base al
sabor. Sabor y ciencia. Y de la sabiduría tradicional…..nada.
Es cosa del pasado. Es cosa de los abuelos.
Y como dijo Napoleón una vez, los pueblos que olvidan su pasado están
condenados a repetirlo.
La sabiduría de los antepasados ha sido olvidada. Todos sus conocimientos y
todas sus experiencias se fueron apilando para dar a las generaciones jóvenes
ese legado. Y era un legado que se acrecentaba con cada generación.
Y el alimento de un pueblo, no era solo para saciar el hambre. El alimento de un
pueblo, era el alimento del alma de ese pueblo, el alimento del amor de esa gente
por su cultura, el alimento del heroísmo que sus gentes demostraban cuando
estaba amenazada la continuidad de su cultura.
Como un tesoro que se cuidaba celosamente para pasarlo a la siguiente
generación.