Virgilio Piñera al borde de la ficción (La Habana: Editorial UH / Letras Cubanas, 2015) | Page 39
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fundados: con cada cambio de gobierno una gran consternación cunde entre las familias: ¿te quedaste?, ¿engrampaste?, ¿«estás en la papa o
saliste de ella»?, ¿conoces a alguien en el Ministerio que te palanquee
para que no pierdas el puesto? Este es el comentario obligado, la piedra
de toque; en una palabra, la idea fija del cubano.
Todo esto lo tenemos metido en la masa de la sangre; es, como se
dice, una segunda naturaleza, que se muestra nostálgica y frustrada
ante los que han tenido la suerte de «hacerse». He ahí la gran consigna:
hacerse. De cualquier modo y a toda costa; no importan los medios
ni las consecuencias. Esta obsesión, esta desesperación por llegar (y
«llegar» puede significar, de hecho significa en la mayoría de los casos,
un puesto de ochenta pesos) ha ido desempeñándose de escalón en
escalón hasta la muerte.
Se ha ido así creando una conciencia colectiva, una psicología
típica de estos últimos cuarenta años. Su culminación está en la frase
que todo cubano se dice en silencio: «—Tengo que hacerme, tomaré
ejemplo de Fulano, que perdió su posición pero se hizo; no seas bobo:
aprovecha ahora, que estás en la papa...». Si Mengano robó, ¿por
qué no robarías tú también? Sí, porque en esta pendiente se llega al
abismo, y de cientos de pesos robados se pasa a miles, y más tarde a
millones. Hoy todos moriríamos de risa si nos dijeran que un político
se ha llevado solo unos cuantos cientos de miles de pesos; hoy se habla
de cifras astronómicas que dan vértigos, hoy estamos sufriendo las
extremas y funestas consecuencias de nuestros propios actos. Y sépase
que todos somos culpables.
No es de extrañar pues que solo a horas del triunfo rotundo de la
Revolución, y a pesar de la sangre vertida, del heroísmo de todos y cada
uno de los cubanos, aparezca, como una Némesis implacable, el viejo
cáncer que todos llevamos en el pecho. No me gustan las efusiones
líricas ni sentimentales, pero comprendamos que me quedo corto
con este patetismo electoral. Entendámonos: los muertos están en el
cementerio y los que continuamos viviendo nos planteamos, también
en silencio, esta terrible pregunta, que no nos queda otro remedio que
hacérnosla, en vista de nuestras tremendas decepciones, en vista de
nuestra hambre perpetua, en vista de esa segunda naturaleza que años
estériles de vida ciudadana han ido quemando día a día: ¿Esta de ahora
será como las otras de antes? Y aunque reconozcamos la plenitud de
esta, aunque cien fundadas razones nos aseguran que ahora las cosas
marcharán como es debido, no obstante nuestro viejo cáncer aflora
para ponernos en guardia.
Y es por todo esto, y no por los conejos de España, que como decía
hace un momento el doctor Castro se haya visto obligado en la misma