Vida saludable 1 | Page 14

Historia de vida: “Llegué a pesar 124 kilos”

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Tatiana Freire Sosa tiene 20 años y es estudiante de periodismo de la Universidad Católica Argentina (UCA). Pasó su vida peleando contra la obesidad.Luego de mucha angustia, humillaciones, rechazos e insultos, tomó la decisión de cambiar su vida. Hoy siente que renació;este es su valiente y conmovedor testimonio:

"Los kilos me pesan, no tanto como las miradas",esa frase describía mi situación de una manera dolorosamente acertada. Ciento veinticuatro kilos, 1,72 de estatura y tan solo 18 años, daban como resultado un cuadro de obesidad mórbida nivel II, empeorado por una condición de insulinorresistencia e hipotiroidismo. Basándome en esto y en mis rodillas doloridas y pies destruidos, esos kilos eran muchos, demasiados y el peso de la sociedad y las opiniones era aún peor: multiplicaba los 124 kilos por 124 más.Suele existir la presunción de que quienes entran en la categoría de "sobrepeso", "obesos" o "gordos" son capaces de resolver la enfermedad por medio de una dieta balanceada y media hora de ejercicio semanal.

Pero existen diversos factores que afectan a la salud de un individuo desde la genética hasta el contexto sociocultural en donde vive. Muchas veces con la solución tradicional (la ecuación ensalada+caminata) no alcanza. Ni siquiera con el complemento extra de píldoras pseudo milagrosas o dietas de baja ingesta calórica.

"¡Gorda!", me gritaban en la calle. Un adjetivo calificativo que aumentaba el peso de mis kilos y de mi alma. ¡Gorda!¡Vaca!¡Tanque australiano!¡Ballenato!… Algunos más originales, otros más recurrentes.

Los escuché una, dos, mil veces y siempre dolían. No existía lugar de paz: la calle, el boliche, la universidad, un local de ropa… Todos eran campos de guerra donde las miradas y los comentarios eran verdaderas batallas. El único respiro lo encontraba en mi trinchera: una heladera llena de calorías.

Desde los 6 meses presenté un cuadro de sobrepeso. "Huesos grandes", decían mis abuelas, mientras me cambiaban el agua de la mamadera por gaseosa. Mis padres, fieles soldados en mi batalla contra esta enfermedad, me llevaron a todos los nutricionistas de la cartilla médica con la esperanza de un cambio. Más allá de su lucha, al final de la contienda se encontraron con un enemigo inesperado: yo.

“Todos eran campos de guerra donde las miradas y los comentarios eran verdaderas batallas“