66 } VIDAMÉDICA / DR. MORA
Impulsor de la Ley del Cáncer
LA CRUZADA ETERNA DEL
DOCTOR MORA
Pese a que le diagnosticaron un avanzado cáncer de páncreas con un pronóstico de no más de 6 meses de vida,
decidió dar una dura pelea con dos objetivos: pasar la mayor cantidad de tiempo con su familia y dar a conocer las
injusticias del sistema de salud y la necesidad de contar con una ley para tratar a los pacientes de esa enfermedad. El
19 de abril falleció, después de más de 2 años de tratamiento, dejando como legado su lucha y su vocación de servicio.
Por Patricio Cofré A.
F
rancesca Perrot estaba en su casa cuando sonó su celular.
Corría 1999 cuando esa llamada inesperada interrumpía
sus labores con un mensaje que la dejaría un poco des-
colocada: un desconocido la invitaba a salir. Al otro lado de la
línea estaba el doctor Claudio Mora. Ella no lo ubicaba bien,
sabía que en su pasantía como enfermera -que cursaba en el
Centro Médico de San Joaquín de la Universidad Católica- ha-
bía dos médicos con su nombre, pero no tenía claro quién era.
“Al parecer fue un flechazo, porque se consiguió mi teléfono
con una paramédico y se atrevió a llamarme. Acepté y luego
de tres meses empezamos a pololear y nos casamos en 2004,
tras cinco años de relación”, cuenta hoy. Durante dos décadas
se acompañaron y formaron una familia junto a sus dos hijas,
Renata de 13 y Javiera de 6. El 19 de abril pasado, el momento
que hace dos años y tres meses parecía lejano, imposible, llegó.
Hace dos años y tres meses, ni Francesca, ni Renata, ni Javiera,
ni el propio doctor Mora, sabían del grave y avanzado tumor
que se había desarrollado en su páncreas.
En diciembre de 2016, Claudio Mora cumplía un ritual de años.
Salía junto a sus hijas a tomarse unos días en Pichilemu, el bal-
neario que tantos recuerdos le traía de juventud. Nacido y cria-
do en San Fernando, en el Colegio de los Hermanos Maristas,
solía encontrar tranquilidad en esa zona costera de la región de
O´Higgins. En esa época, comenzó a sufrir de fuertes dolores en
su espalda. Incluso, llegadas las vacaciones de verano, partió
con su familia rumbo al caribe sin alertarlos mayormente de
la situación. Primero tuvieron un paso por Panamá, luego por
Punta Cana en República Dominicana. Recién en la parte final
del viaje empezaron a comprender que el problema no era me-
nor. “Los últimos días ya no salía con nosotras, se quedaba en
el hotel”, recuerda Francesca.
Al día siguiente de llegar a Santiago, el 14 de febrero, se some-
tió a exámenes. “Se dio cuenta de inmediato de que lo que tenía
era muy grave. Prácticamente dirigió a su colega en lo que de-
bía buscar. Cuando me contó, fue la primera vez que lo escuché
llorar en mi vida”, relata Matías Cassanello, amigo desde 8vo
básico de Mora.
Ahí su vida comenzó una transformación radical: en menos
de 3 días comenzó el tratamiento con quimioterapias, decidió
volcarse completamente a sus pacientes del Hospital El Pino
de San Bernardo y empezó a utilizar sus redes sociales para
contar sus vivencias en el servicio público y las dificultades,
inequidades e injusticias que veía en el sistema de salud al mo-
mento de enfrentar una enfermedad grave.
Pero sin duda, el objetivo mayor sería el que lo movió hasta su de-
ceso. “El decía que su propósito era vivir un día más para ver des-
pertar y acostarse a sus hijas. Que sólo un día valía la pena por
sobre cualquier sufrimiento”, rememora Cassanello. Su esposa,
comenta que el esfuerzo lo llevó a sentir dolores inhabilitantes.
“Hizo todo lo imaginable, incluso con el enorme padecimiento
que podía tener y sabiendo que no tenía mejoría”, relata.
ENSEÑANZA Y VOCACIÓN
Desde el colegio, Claudio Mora destacó por su rol de líder, pese
a que lo recuerdan como observador y algo tímido al conocer
a las personas. Fue presidente de su curso y también participó
del centro de alumnos del Colegio de los Hermanos Maristas
de San Fernando.
Una vez terminada la educación media, estudió medicina un
año en Concepción, pero decidió cambiarse a la Universidad
Católica. “Nos costó Anatomía en primero y Patología en terce-
ro”, comenta el dr. Claudio Moraga, amigo desde primer año de
universidad del fallecido galeno. “Siempre tuvo una veta 100%
social, desde pregrado sabía que su norte no iba por el lado pri-
vado, lo público era lo suyo, le gustaba el hospital y por eso
eligió trabajar ahí”, dice. Tampoco olvida su humor punzante e
ingenioso y la creación de un grupo-club para festejos y celebra-
ciones en el final de la carrera, que el propio Mora bautizó como
Laénnec, en honor al médico que describió la cirrosis hepática.
Mora fue seleccionado de básquetbol, seguidor del rock latino,
fanático de la UC (su familia recuerda que cuando hacía un gol
el cuadro de la franja sus gritos se escuchaban en toda la casa),
ávido lector de historia y amante de la buena comida. Una de
sus principales características fue su dedicación por ayudar a
otros. “Siempre juntaba a un grupo de 3 ó 4 personas para ex-
plicar materias. A mí me enseñaba y a sus compañeros tam-
bién. En el colegio también lo hacía”, indica Francesca Perrot.
Fue su amor por el servicio público y la educación lo que com-
plementó su carrera profesional. Una vez terminada su espe-
cialidad de cirugía en la Universidad de Chile, en 2004, ingresó
al Hospital El Pino de San Bernardo donde se mantuvo toda su
vida. Además, hizo clases durante 13 años en la UNAB.
El doctor José Luis Román fue compañero en ese recinto casi
los 15 años. “Fue el motor del tema docente en el hospital.