VIDAMÉDICA / SOCIEDAD, CULTURA Y MEDICINA
armazón de lo conocido o posible. El respeto de ese marco se
repite en el imaginario contemporáneo de las películas con ex-
traterrestres. Por ejemplo, en Plan 9 del espacio exterior de Ed
Wood, ET de Steven Spielberg o Mars Attack de Tim Burton,
los extraterrestres recuerdan los monstruos del siglo XIV: va-
riaciones del hombre, con cuellos que se alargan, cabezas con
diferentes protuberancias y deformaciones o extremidades
que se añaden, desaparecen o se alargan. Al fin y al cabo, un
cuerpo humano deformado. Parece que somos pocos capaces
de crear algo totalmente disruptivo o diferente de lo conocido.
El cerebro enfermo también es un ejemplo de los límites en la
variabilidad de la expresión fenotípica, en cómo se manifiesta
la patología cerebral, psiquiátrica o neurológica. Tomemos el
estudio de las alucinaciones, un fenómeno que en una prime-
ra aproximación puede parecer totalmente anómalo o grotes-
co: estar convencido de percibir algo inexistente en el mundo
externo. Pues bien, las alucinaciones están también presentes
en personas sin enfermedades cerebrales. Un fenómeno que
puede parecer patológico y no compatible con la normalidad
—percibir lo inexistente— no es siempre sinónimo de enferme-
dad. Pero las alucinaciones en determinadas circunstancias,
por su frecuencia o intensidad, por su asociación con otros
síntomas o por la incapacidad de distinguir realidad de alu-
cinación, serán una manifestación patológica. El médico John
Hughlings Jackson ya había propuesto en la segunda mitad
del siglo XIX que las manifestaciones de las enfermedades ce-
rebrales reflejan una pérdida o exageración del funcionamien-
to cerebral normal. Los síntomas de múltiples enfermedades
neuropsiquiátricas no son creaciones de novo de un cerebro
enfermo. En suma, incluso el cerebro enfermo pareciera actuar
según determinados patrones.
Por último, exceptuando el reconocimiento facial, en el que
sobresalimos al diferenciar variaciones sutiles de una cara a
la otra, nuestra percepción del entorno privilegia la detección
de generalidades sobre las diferencias. Tal como escriben los
cientistas cognitivistas Steven Sloman y Philip Fernbac en The
knowledge illusion. Why we never think alone, “la mente no
está hecha para adquirir detalles de cada objeto o situación
individual. Aprendemos de la experiencia para generalizar a
nuevos objetos y situaciones. La capacidad de actuar en un
nuevo contexto requiere comprender sólo las regularidades
profundas en la forma en que funciona el mundo, no los de-
talles superficiales”. Más aún, existe en el proceso de la per-
cepción una interacción entre la información proveniente del
entorno y la representación existente en el cerebro. En su libro
Oscuro Bosque, la novelista Nicole Krauss describe de manera
acertada el mecanismo cerebral de la percepción: un “flujo de
asociaciones y perspectivas almacenadas que [el cerebro] usa
cada segundo para llenar los vacíos y dar sentido a lo que los
ojos transmiten”.
En suma, parecemos transitar de un gran número de compo-
nentes del cerebro con múltiples posibles conexiones a un
número relativamente limitado de expresiones conductua-
les, tanto en la normalidad como en la patología. Además,
este gran número de componentes no se refleja en una capa-
cidad de detectar los múltiples componentes del entorno. Al
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contrario, somos ciegos a la diversidad, privilegiamos las ge-
neralizaciones y la búsqueda de patrones que confirmen nues-
tras ideas preconcebidas en desmedro de la detección de la
novedad, minimizando información que ponga en jaque lo que
creemos conocer.
Pero esos mismos cerebros limitados, interactúan unos con
otros y han sido capaces de crear herramientas que los ayudan
a sobrepasar las barreras de cada cerebro individual y enjui-
ciar las percepciones sesgadas de otros cerebros. Surgen así
en la historia el arte y la ciencia.
La ciencia crea las condiciones necesarias para cuestionar
nuestras percepciones e interpretaciones. Más aún, nos ha
ayudado a entender el funcionamiento de nuestros cerebros,
de nuestros errores perceptivos y de por qué no nos podemos
fiar del conocimiento que emerge de cada cerebro individual.
Quizás una de sus principales virtudes es ayudarnos a cuestio-
nar nuestras certezas.
Por su parte, uno de los mayores logros del arte, más allá de
consideraciones estéticas, es lo que expresa el escritor Patrick
Chamoiseau en La matière de l’absence: “los grandes artistas,
las grandes obras, instalan una puerta abierta al horizonte sin
horizonte de lo impensable”. El arte nos ayuda a derribar las
falsas verdades creadas desde la perspectiva única de un ce-
rebro individual.
Las 174 mil millones de neuronas y células gliales parecen
aglutinarse en un número limitado de componentes que nos
hacen humanos de imaginaciones pobres y expertos en de-
tectar aquello que confirma nuestras creencias. Pero, a la vez,
dialogan con otros cerebros de similares características, lo que
puede crear las condiciones necesarias para que emerja la he-
terogeneidad, como si de cierta manera se liberará el poten-
cial de nuestro cerebro. Pero, quizás más importante que todo,
este diálogo hace posible el cambio de perspectiva que resulta
de la actividad científica y artística.