VIAJES DE GULLIBER Swift, Jonathan - Los viajes de Gulliver | Page 75
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¡Extraño efecto de los cortos principios y los horizontes limitados! ¡Un príncipe
adornado de todas las cualidades que inspiran estima, veneración y amor, de excelentes
partes, gran sabiduría y profundos estudios, dotado de admirables talentos para gobernar y
casi adorado por sus súbditos, dejando escapar, por un supremo escrúpulo, del cual no
podemos tener en Europa la menor idea, una oportunidad puesta en sus manos, y cuyo
aprovechamiento le hubiera hecho dueño absoluto de la vida, la libertad y la fortuna de sus
gentes! No digo esto con la más pequeña intención de disminuir las muchas virtudes de
aquel excelente rey, cuyos méritos, sin embargo, temo que habrán de quedar muy
mermados a los ojos del lector inglés con este motivo; pero juzgo que este defecto tiene por
origen la ignorancia de aquel pueblo, que todavía no ha reducido la política a una ciencia,
como en Europa han hecho ya entendimientos despiertos. Recuerdo muy bien que en una
conversación que mantuve con el rey un día, como yo le dijera que nosotros habíamos
escrito varios millares de libros sobre el arte de gobernar, él formó -en contra de lo que yo
pretendía- un concepto muy pobre de nuestra inteligencia. Declaró abiertamente que
detestaba, a la vez que despreciaba, todo misterio, refinamiento e intriga en un príncipe o en
un ministro. No podía comprender lo que designaba yo con el nombre de secreto de Estado,
siempre que no se tratase de algún enemigo o alguna nación rival. Reducía el conocimiento
del gobierno a límites estrechísimos de sentido común y razón, justicia y lenidad, diligencia
en rematar las causas civiles y criminales, con algunos otros tópicos sencillos que no
merecen ser consignados. Y afirmó que cualquiera que hiciese nacer dos espigas de grano o
dos briznas de hierba en el espacio de tierra en que naciera antes una, merecía más de la
Humanidad y hacía más esencial servicio a su país que toda la casta de políticos junta.
Los estudios de este pueblo son muy defectuosos, pues consisten únicamente en moral,
historia, poesía y matemáticas, aunque hay que reconocer que en estas materias descuella.
Pero la última se aplica tan sólo a aquello que puede ser útil en la vida, como es el progreso
de la agricultura y de las artes mecánicas; así que entre nosotros no merecía gran aprecio.
En cuanto a ideas trascendentales, abstracciones y trascendencias, jamás pude meterles en
la cabeza la más elemental concepción.
Ninguna ley de aquel país debe exceder en palabras el número de las letras del alfabeto,
que es allí de veintidós; pero, en verdad, son muy pocas las que alcanzan esta extensión.
Están redactadas con los términos más claros y sencillos, y aquellas gentes no son lo
bastante perspicaces para descubrir en ellas más de una interpretación, y escribir un
comentario a una ley es un crimen capital. En cuanto a los fallos en las causas civiles y los
procedimientos contra los criminales, tienen allí tan pocos precedentes, que mal podrían
jactarse de pericia ninguna en ellos.
Conocen el arte de la imprenta, como los chinos, desde tiempo inmemorial; pero sus
bibliotecas no son muy grandes. La del rey, considerada como la mayor, no excede de mil
volúmenes, colocados en una galería de doce mil pies de longitud, de la cual yo tenía
licencia para sacar los libros que deseara. El carpintero de la reina había ideado y
construído en una de las habitaciones de Glumdalclitch una especie de aparato de madera
de veinticinco pies de alto, formado como una escalera puesta en pie, cuyos peldaños tenían
cincuenta pies de largo; era, en fin, una escalera portátil, cuya parte inferior quedaba a unos
diez pies de la pared del cuarto. El libro que yo quería leer se apoyaba en la pared; subía yo
luego hasta el último pel