VIAJES DE GULLIBER Swift, Jonathan - Los viajes de Gulliver | Page 76
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parte superior de la página, y así continuaba, andando a la derecha y a la izquierda unos
diez pasos, según la longitud de las líneas, hasta que llegaba un poco más abajo del nivel de
mis ojos, y de este modo bajaba gradualmente hasta el final; luego subía de nuevo y
empezaba la otra página de la misma manera, e igualmente volvía la hoja, lo que podía
hacer fácilmente con las dos manos, porque era nada mas de gruesa y dura como un cartón,
y en los folios mayores no pasaba de dieciocho a veinte pies de largo.
El estilo de aquellas gentes es claro, masculino y cuidado, pero no florido, pues nada
evitan con tanto escrúpulo como multiplicar palabras innecesarias o emplear para el mismo
fin varias expresiones. He leído atentamente muchos de aquellos libros, especialmente de
historia y de moral. Entre los demás me divirtió mucho un pequeño tratado antiguo que
estaba siempre en el dormitorio de Glumdalclitch y pertenecía al aya de ésta: una dama de
alcurnia, grave y entrada en años, que mantenía estrecho comercio con los textos de moral
y devoción. El libro trata de la debilidad de la condición humana, y no goza de gran estima,
salvo entre las mujeres y el vulgo. Era, sin embargo, curioso para mí ver lo que un autor de
aquel país podía decir sobre tal materia. El escritor recorría todos los tópicos corrientes en
los moralistas europeos mostrando cuán diminuto, despreciable e indefenso animal es el
hombre por su propia naturaleza; cuán incapaz de defenderse por sí mismo de la
inclemencia del aire y de los ataques de las bestias feroces; cómo un ser le aventaja en
fuerza, otro en ligereza, un tercero en previsión, un cuarto en industria. Añadía que la
Naturaleza había degenerado en estas decadentes edades últimas del mundo y hoy sólo
producía pequeñas criaturas abortivas en comparación con las nacidas en los tiempos
antiguos. Decía que era lógico pensar no sólo que las especies de hombres eran en su origen
mucho mayores, sino también que en lejanas épocas debió de haber gigantes, así como la
tradición y la historia lo atestiguan y ha sido confirmado por los enormes huesos
desenterrados por casualidad en diversas partes del reino, y que pasan en mucho los de la
mermada raza del hombre de nuestros días. Argumentaba que las mismas leyes de la
Naturaleza exigían, sin dejar lugar a duda, que en un principio hubiésemos sido creados de
más alto y robusto talle, no tan sujetos a ser destruídos por cualquier pequeño accidente,
como el desprendimiento de una teja desde una casa, o el lanzamiento de una piedra por la
mano de un niño, o la caída en cualquier arroyuelo donde perecer ahogado. De esta índole
de razones sacaba el autor varias normas morales útiles para conducirse en la vida, pero que
no es necesario copiar aquí. Por mi parte, no pude dejar de reflexionar en lo universalmente
extendido que está el talento de hacer discursos de moral, o más bien de descontento y
condolencia por las contiendas que con la Naturaleza nos empeñamos en imaginar. Y creo
que con una seria averiguación quedaría evidenciado que esas contiendas son tan
infundadas por lo que toca a nosotros como por lo que toca a aquel pueblo.
En cuanto a cuestiones militares, se hace gala allí de que el ejército del rey consiste en
ciento setenta y seis mil infantes y treinta y dos mil caballos, si es que puede llamarse
ejército el formado por comerciantes en varias ciudades y por agricultores en los campos,
bajo el único mando de la nobleza y de las gentes principales, que no reciben paga ni
recompensa ninguna. Cierto que alcanzan bastante perfección en el ejército y observan muy
buena disciplina. Pero yo no veo en ello gran mérito; porque ¿cómo podría ser de otro
modo en un sitio donde cada campesino está bajo el mando del propio señor de las tierras y
cada ciudadano bajo el de un hombre principal de su misma edad elegido por votación, a la
manera de Venecia?
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