VIAJES DE GULLIBER Swift, Jonathan - Los viajes de Gulliver | Page 42
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hermano de Blefuscu daría orden de que me devolviesen a Liliput sujeto de pies y manos,
para ser castigado como traidor.
El emperador de Blefuscu, que se tomó tres días para consultar, dio una respuesta
consistente en muchas cortesías y excusas. Decía que por lo que tocaba a enviarme atado,
su hermano sabía muy bien que era imposible; que aun cuando yo le había despojado de su
flota, no obstante, él me estaba muy obligado por los muchos buenos oficios que le había
dispensado al concertarse la paz; que, sin embargo, sus dos majestades podían quedar
pronto tranquilas, por cuanto yo había encontrado en la costa una colosal embarcación
capaz de llevarme por mar, la cual había él dado orden de alistar con mi propia ayuda y
dirección, y así confiaba en que dentro de pocas semanas ambos imperios se verían libres
de carga tan insoportable.
Con esta respuesta se volvió a Liliput el enviado. El monarca de Blefuscu me refirió
todo lo acontecido, ofreciéndome al mismo tiempo -pero en el seno de la más estrecha
confianza- su graciosa protección si quería continuar a su servicio. Pero en este punto, aun
cuando yo creía sus palabras sinceras, resolví no volver a depositar confianza en príncipes
ni ministros mientras me fuera posible evitarlo; y así, con todo el reconocimiento debido a
sus generosas intenciones, le supliqué humildemente que me excusase. Le dije que ya que
la fortuna, por bien o por mal, había puesto una embarcación en mi camino, estaba resuelto
a aventurarme en el Océano antes que ser ocasión de diferencias entre dos monarcas tan
poderosos. Tampoco encontré que el emperador mostrase el menor disgusto, y descubrí,
gracias a cierto incidente, que estaba muy contento de mi resolución, lo mismo que la
mayor parte de sus ministros.
Estas consideraciones me movieron a apresurar mi marcha algo más de lo que yo tenía
pensado; a lo que la corte, impaciente por verme partir, contribuyó con gran diligencia. Se
dedicaron quinientos obreros a hacer dos velas para mi bote, según instrucciones mías,
disponiendo en trece dobleces el más fuerte de sus lienzos. Pasé grandes trabajos para hacer
cuerdas y cables, trenzando diez, veinte o treinta de los más fuertes de los suyos. Una gran
piedra que vine a hallar después de larga busca por la playa me sirvió de ancla. Me dieron
el sebo de trescientas vacas para engrasar el bote y para otros usos. Pasé trabajos increíbles
para cortar algunos de los mayores árboles de construcción con que hacerme remos y
mástiles, tarea en que me auxiliaron mucho los armadores de Su Majestad, ayudándome a
alisarlos una vez que yo había hecho el trabajo más duro.
Transcurrido como un mes, cuando todo estuvo dispuesto, envié a ponerme a las órdenes
del emperador y a pedirle licencia para partir. El emperador y la familia real salieron del
palacio; me acosté, juntando la cara al suelo, para besar su mano, que él muy graciosamente
me alargó, y otro tanto hicieron la emperatriz y los jóvenes príncipes de la sangre. Su
Majestad me obsequió con cincuenta bolsas de a doscientos sprugs cada una, con más un
retrato suyo de tamaño natural, que yo coloqué inmediatamente dentro de uno de mis
guantes para que no se estropeara. Las ceremonias que se celebraron a mi partida fueron
demasiadas para que moleste ahora al lector con su relato.
Abastecí el bote con un centenar de bueyes y trescientos carneros muertos, pan y bebida
en proporción y tanta carne ya aderezada como pudieron procurarme cuatrocientos
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