VIAJES DE GULLIBER Swift, Jonathan - Los viajes de Gulliver | Page 41
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aproximándose por la fuerza de la marea, y luego reconocí claramente ser, en efecto, un
bote, que supuse podría haber arrastrado de un barco alguna tempestad. Con esto, volví
inmediatamente a la ciudad y supliqué a Su Majestad Imperial que me prestase veinte de las
mayores embarcaciones que le quedaron después de la pérdida de su flota y tres mil
marineros, bajo el mando del vicealmirante. Esta flota se hizo a la vela y avanzó costeando,
mientras yo volvía por el camino más corto al punto desde donde primero descubriera el
bote; encontré que la marea lo había acercado más todavía. Todos los marineros iban
provistos de cordaje que yo de antemano había trenzado para darle suficiente resistencia.
Cuando llegaron los barcos me desnudé y vadeé hasta acercarme como a cien yardas del
bote, después de lo cual tuve que nadar hasta alcanzarlo. Los marineros me arrojaron el
cabo de la cuerda, que yo amarré a un agujero que tenía el bote en su parte anterior, y até el
otro cabo a un buque de guerra. Pero toda mi tarea había sido inútil, pues como me cubría
el agua no podía trabajar. En este trance me vi forzado a nadar detrás y dar empujones al
bote hacia adelante lo más frecuentemente que podía con una de las manos; y como la
marea me ayudaba, avancé tan de prisa, que en seguida hice pie y pude sacar la cabeza.
Descansé dos o tres minutos y luego di al bote otro empujón, y así continué hasta que el
agua no me pasaba de los sobacos; y entonces, terminada ya la parte más trabajosa, tomé
los otros cables, que estaban colocados en uno de los buques, y los amarré primero al bote y
después a nueve de los navíos que me acompañaban. El viento nos era favorable, y los
marineros remolcaron y yo empujé hasta que llegamos a cuarenta yardas de la playa, y,
esperando a que bajase la marea, fuí a pie enjuto adonde estaba el bote, y con la ayuda de
dos mil hombres con cuerdas y máquinas me di traza para restablecerlo en su posición
normal, y vi que sólo estaba un poco averiado.
No he de molestar al lector relatando las dificultades en que me hallé para, con ayuda de
ciertos canaletes, cuya hechura me llevó diez días, conducir mi bote al puerto real de
Blefuscu, donde se reunió a mi llegada enorme concurrencia de gentes, llenas del asombro
en presencia de embarcación tan colosal. Dije al emperador que mi buena fortuna había
puesto este bote en mi camino como para trasladarme a algún punto desde donde pudiese
volver a mi tierra natal, y supliqué de Su Majestad órdenes para que se me facilitasen
materiales con que alistarlo, así como su licencia para partir, lo que después de algunas
reconvenciones de cortesía se dignó concederme.
En todo este tiempo se me hacía maravilla no tener noticia de que nuestro emperador
hubiese enviado algún mensaje referente a mí a la corte de Blefuscu; pero después me
hicieron saber secretamente que Su Majestad Imperial, no imaginando que yo tuviera el
menor conocimiento de su propósito, creía que sólo había ido a Blefuscu en cumplimiento
de mi promesa, de acuerdo con el permiso que él me había dado y era notorio en nuestra
corte, y que regresaría a los pocos días, cuando la ceremonia terminase. Mas sintióse, al fin,
inquietado por mi larga ausencia, y, luego de consultar con el tesorero y el resto de aquella
cábala, se despachó a una persona de calidad con la copia de los artículos dictados en
contra mía. Este enviado llevaba instrucciones para exponer al monarca de Blefuscu la gran
clemencia de su señor, que se contentaba con castigarme no más que a la pérdida de los
ojos, así como que yo había huido de la justicia y sería despojado de mi título de nardac y
declarado traidor si no regresaba en un plazo de dos horas. Agregó además el enviado que
su señor esperaba que, a fin de mantener la paz y la amistad entre los dos imperios, su
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