VIAJES DE GULLIBER Swift, Jonathan - Los viajes de Gulliver | Page 38
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que vuestros crímenes eran grandes, pero que, no obstante, había lugar para la gracia, la
más loable virtud en los príncipes, y por la cual Su Majestad era tan justamente alabado.
Dijo que la amistad entre vos y él era tan conocida en todo el mundo, que quizá el
ilustrísimo tribunal tuviera su juicio por interesado. Sin embargo, obedeciendo al mandato
que había recibido, descubriría libremente sus sentimientos. Si Su Majestad, en
consideración a vuestros servicios y siguiendo su clemente inclinación, se dignara dejaros
la vida y dar orden solamente de que os sacaran los dos ojos, él suponía, salvando los
respetos, que con esta medida la justicia quedaría en cierto modo satisfecha y todo el
mundo aplaudiría la benignidad del emperador, así como la noble y generosa conducta de
quienes tenían el honor de ser sus consejeros. La pérdida de vuestros ojos -argumentaba él-
no serviría de impedimento a vuestra fuerza corporal, con la que aun podíais ser útil a Su
Majestad. La ceguera aumenta el valor ocultándonos los peligros, y el miedo que tuvisteis
por vuestros ojos os fue la mayor dificultad para traer la flota enemiga. Y, finalmente, que
os sería bastante ver por los ojos de los ministros, ya que los más grandes príncipes no
suelen hacer de otro modo.
»Esta proposición fue acogida con la desaprobación mas completa por toda la Junta.
Bolgolam, el almirante, no pudo contener su cólera, antes bien, levantándose enfurecido,
dijo que se admiraba de cómo un secretario se atrevía a dar una opinión favorable a que se
respetase la vida de un traidor, que los servicios que habíais hecho eran, según todas las
verdaderas razones de Estado, la mayor agravación de vuestros crímenes; que la misma
fuerza que os permitió traer la flota enemiga podría serviros para devolverla al primer
motivo de descontento; que tenía firmes razones para pensar que erais un
estrechoextremista en el fondo de vuestro corazón, y que, como la traición comienza en el
corazón antes de manifestarse en actos descubiertos, él os acusaba de traidor con este
motivo, e insistía, por tanto, en que se os diera la muerte.
»El tesorero fue de la misma opinión. Expuso a qué estrecheces se veían reducidas las
rentas de Su Majestad por la carga de manteneros, que pronto habría llegado a ser
insoportable, y aun añadió que la medida propuesta por el secretario, de sacaros los ojos,
lejos de remediar este mal lo aumentaría, como lo hace manifiesto la práctica acostumbrada
de cegar a cierta clase de aves, que así comen más de prisa y engordan más pronto. A su
juicio, Su Sagrada Majestad y el Consejo, que son vuestros jueces, estaban en conciencia
plenamente convencidos de vuestra culpa, lo que era suficiente argumento para condenaros
a muerte sin las pruebas formales requeridas por la letra estricta de la ley.
»Pero Su Majestad Imperial, resueltamente dispuesto en contra de la pena capital, se
dignó graciosamente decir que, cuando al Consejo le pareciese la pérdida de vuestros ojos
un castigo demasiado suave, otros había que poderos infligir después. Y vuestro amigo el
secretario, pidiendo humildemente ser oído otra vez, en respuesta a lo que el tesorero había
objetado en cuanto a la gran carga que pesaba sobre su Majestad con manteneros, dijo que
Su Excelencia, que por sí solo disponía de las rentas del emperador, podía fácilmente
prevenir este mal con ir aminorando vuestra asignación, de modo que, falto de alimentación
suficiente, fuerais quedándoos flojo y extenuado, perdierais el apetito y os consumierais en
pocos meses. Tampoco sería entonces -tan peligroso el hedor de vuestro cadáver, reducido
como estaría a menos de la mitad; e inmediatamente después de vuestra muerte, cinco o
seis mil súbditos de Su Majestad podían en dos o tres días quitar toda vuestra carne de
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