VIAJES DE GULLIBER Swift, Jonathan - Los viajes de Gulliver | Page 118

112 ¡Qué maravillosos descubrimientos haríamos en astronomía si pudiésemos sobrevivir a nuestras predicciones y confirmarlas, observando la marcha y el regreso de los cometas, con los cambios de movimiento del sol, la luna y las estrellas! Me extendí sobre otros muchos tópicos que fácilmente me inspiraba el deseo de vida sin fin y de felicidad terrena. Cuando hube terminado el total de mi discurso y, como la vez anterior, fue traducido al resto de la compañía, sostuvieron entre ellos, en el idioma del país, animada charla, no sin algunas risas a mi costa. Por último, el caballero que había sido mi intérprete me dijo que los demás le habían pedido que me disuadiese de algunos errores en que había caído por la debilidad común en la humana naturaleza, y que, por esto mismo, no eran del todo imputables a mí. Hablóme de que esta raza de struldbrugs era privativa de su país, pues no existían tales gentes en Balnibarbi ni en el Japón, reinos ambos en que él había tenido el honor de ser embajador de Su Majestad y donde había encontrado a los naturales muy poco dispuestos a creer en la posibilidad del hecho; y del asombro que yo mostré cuando por vez primera me habló del asunto se desprendía que para mí era cosa totalmente nueva y apenas digna de crédito. En los dos reinos antes citados, donde durante su residencia había conversado mucho, encontró que una vida larga era el deseo y el anhelo universal de la Humanidad. Quien tenía un pie en la tumba, era seguro que afianzaba el otro lo más firmemente posible; el mas viejo tenía aún esperanza de vivir un día más, y miraba la muerte como el más grave de los males, del cual la Naturaleza le impulsaba a apartarse siempre. Sólo en esta isla de Luggnagg era menos ardiente el apetito de vivir, a causa del constante ejemplo que los struldbrugs ofrecían a la vista. El sistema de vida que yo imaginaba era, por lo que me dijo, irracional e injusto, porque suponía una perpetuidad de juventud, salud y vigor que ningún hombre podía ser tan insensato que esperase, por