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VAD. 01 | Junio 2019 | ISSN 2659-9139 e-ISSN 2659-9198
En diferentes ciudades europeas se llevan a cabo reuniones in-
formales. Durante las primeras semanas del año 1922 se prepa-
ró un congreso en París. En abril de 1922, en Weimar, tuvo lugar
un encuentro internacional entre dadaístas y constructivistas.
Dicho encuentro fue seguido, a finales del mes de mayo por un
“congreso constructivista” en Düsseldorf cuyos participantes son,
poco más o menos, los mismos que en Weimar. Este mismo año
de 1922 está señalado por otro fenómeno que ilustra la colabo-
ración entre las diferentes tendencias artísticas: la aparición en
varias ciudades europeas de revistas de proyección internacio-
nal. Las más interesantes y con un programa más ambicioso son
De Stijl, MA, Vesc y G (por Gestaltung) que se proponen defender
por igual los postulados dadaístas y los constructivistas e incluso
ir más allá hasta llegar a su síntesis. En estos foros efímeros es
donde se erige la plataforma de modernidad “constructiva” de
los años veinte y treinta. 11
11 Nakov, Dadá y Constructivismo, 14.
En cuanto a la concepción semiótica del arte de vanguardia, ya sabemos
que este destruye el objeto y rompe la realidad. Y acaba refiriéndose a
sí mismo. De modo que el arte es más puramente lenguaje, indagación
formal en una realidad que se escapa.
El arte abstracto es de una gran espiritualidad, de un gran idealismo no
anclado en la realidad material y, sin embargo, quizá como suplantación
de la vieja realidad e implantación de una nueva, este arte ve la materia
en sí misma. Los collages cubistas, como los relieves de Tatlin o las escul-
turas neoplásticas, no tienen más referencia material que ellos mismos.
Las texturas no decorativas de sus materiales quieren ser la única esencia
real, la única existencia concreta. La pintura neoplástica de colores prima-
rios planos no se refiere a texturas existentes en el mundo. Esos colores
no tienen otra referencia ni otra materialidad que ellos mismos, y, por
ello, son violentamente materiales.
Esta contradicción entre espiritualidad y materialismo se desprende de lo
que llevamos dicho: que el elementalismo destruye la realidad, y no tiene
otra que sus propios elementos. Estos se articulan en sí mismos, siguien-
do estructuras que, por no poder seguir siendo referentes a nada palpa-
ble, son abstractas, sí, pero a la vez deben ser su propio y único material.
La operación es lingüística en cuanto formal. No se habla una lengua re-
ferente; acaso, un metalenguaje y, sobre todo, se está construyendo un
alfabeto.
En este doble movimiento compartido [dadaísmo y constructi-
vismo] diríase que si, desde un ángulo, el arte verifica su propia
negación, su peculiar “muerte” o final dialéctico, tal como se tras-
luce en la desintegración profunda y llevada al límite entre la for-
ma y el contenido, entre los valores formales y los referenciales
o, todavía más, en su destrucción de la obra artística tradicional
y de la noción de obra misma en ocasiones, desde otro, ambos
ismos celebran una mayoría de edad y una autonomía plena,
resolviéndose en lo que, en el ámbito más amplio de la cultura
del momento, era reconocido cono el retorno al lenguaje.
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JOSÉ RAMÓN HERNÁNDEZ CORREA. Vanguardia: el comienzo de un universo sin tragedia. pp. 54-67