recibir todos sus beneficios conlleva el
abandono de todo aquello que poda-
mos valorar más que él y su reino. Eso
incluye abandonar la búsqueda de ri-
queza material. El joven rico no siguió a
Jesús porque no pudo renunciar a dejar
atrás sus bienes. En consecuencia fue
incapaz de recibir las bendiciones que
Jesús le ofrecía.
A la mujer sorprendida en adulterio
Jesús le dijo que tenía que caminar en
un camino de vida diferente. Después
de recibir el perdón gratuito e incondi-
cional de Jesucristo, este le dijo: “Vete y
no peques más” (Juan 8:11) .
El hombre paralítico en el estanque
de Betesda tuvo que estar dispuesto a
abandonar su turno de espera en el es-
tanque, así como su propia persona en-
ferma: “Había allí, junto a la puerta de
las Ovejas, un estanque rodeado de
cinco pórticos, cuyo nombre en arameo
es Betzatá. En esos pórticos se halla-
ban tendidos muchos enfermos, ciegos,
cojos y paralíticos. De cuando en cuan-
do un ángel del Señor bajaba al estan-
que y agitaba el agua. El primero que
entraba en el estanque después de ca-
da agitación del agua quedaba sano de
cualquier enfermedad que tuviera. Entre
ellos se encontraba un hombre inválido
que llevaba enfermo treinta y ocho
años. Cuando Jesús lo vio allí, tirado en
el suelo, y se enteró de que ya llevaba
mucho tiempo en esa condición, le pre-
guntó: --¿Quieres quedar sano?-- Señor
–respondió--, no tengo a nadie que me
meta en el estanque mientras se agita el
agua, y cuando trato de hacerlo, otro se
mete antes. --Levántate, recoge tu cami-
lla y anda --le contestó Jesús. Al instan-
te aquel hombre quedó sano, así que
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tomó su camilla y echó a andar” (Juan
5:2-9) .
Jesús acepta y acoge a todas las
personas, pero cuando lo aceptan y re-
ciben en sus vidas él no las deja donde
las encontró. No nos amaría si simple-
mente nos dejara en la condición en la
que nos encontró cuando nos llamó.
Nos ama demasiado como para dejar-
nos a nuestra suerte. No, su amor es
sanador, transformador, es un amor que
cambia la vida.
El Nuevo Testamento declara con-
sistentemente que la respuesta a su
ofrecimiento gratuito de sí mismo por
nosotros, conlleva negarnos, morir, a
nosotros mismos, vaciarnos de lo que
somos para que Dios nos llene de él.
Imagínate que alguien te regalara un vi-
no de una cosecha excelente, que tiene
en un tonel de una reserva especial, y
tú tuvieses solo una botella llena de un
vino peleón. La única opción que ten-
drías para llenar tu botella de ese vino
extraordinario, que tu amigo que ofrece
gratuitamente, sería estar dispuesto a
vaciarla de su pobre contenido. Y es cu-
rioso, incluso si tu botella estuviese va-
cía, esa realidad sería solo aparente, y
para llenarla se tendría que vaciar del
aire que contiene.
Lo que cuesta seguir a Cristo incluye
dar muerte a nuestro orgullo, a nuestra
confianza en nosotros mismos, a nues-
tra religiosidad, a nuestra supuesta au-
tosuficiencia e independencia. Sorpren-
dentemente Jesús declara que para se-
guirle debemos de amar menos a nues-
tro padre, a nuestra madre e incluso a
nuestra propia vida que a él: “Si alguno
de vosotros quiere ser mi discípulo, ten-
drá que amarme más que a su padre o
Verdad y Vida Julio - Septiembre 2017
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