vos, los maltrataron y los mataron. El
rey se enfureció. Mandó su ejército a
destruir a los asesinos y a incendiar su
ciudad. Luego dijo a sus siervos: ‘El
banquete de bodas está preparado, pe-
ro los que invité no eran dignos. Id al
cruce de los caminos e invitad al ban-
quete a todos los que encontréis’” (Ma-
teo 22:4-9).
De la misma forma, en la parábola
del hijo pródigo, en Lucas 15:11-32, se
muestra la diferencia en la negativa del
hijo mayor a entrar y unirse a la fiesta de
celebración por el regreso de su her-
mano menor, a pesar de que su padre
le implora que entre.
Dios advierte claramente a aquellos
que no solo no siguen a Jesús, sino que
rechazan activamente su invitación has-
ta el extremo de impedir que otros lo si-
gan, algunos incluso conspirando para
que lo ejecutasen: “Contestó Jesús:—
¡Ay de vosotros también, expertos en la
ley! Abrumáis a los demás con cargas
que apenas se pueden soportar, pero
vosotros mismos no levantáis ni un de-
do para ayudarlos” (Lucas 11:46). “Pero
al ver que muchos fariseos y saduceos
llegaban adonde él estaba bautizando,
les advirtió: ‘¡Camada de víboras!
¿Quién os dijo que podríais escapar del
castigo que se acerca?’” (Mateo 3:7).
Estas advertencias son severas, in-
dican lo que Jesús no desea ni espera
que suceda. Las advertencias se dan a
aquellos por los que nos preocupamos,
no a los que no nos importan. Es como
la advertencia de la madre que le dice a
su hijo pequeño: “Ten cuidado cuando
cruces la calle, pues de otra forma te
atropellará un coche”. Dios ama a todos
los seres humanos por igual, y a todos
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les ofrece el regalo de la salvación en
Jesucristo, sin embargo, su amor no se-
ría tal si pasara por alto la diferencia en
la respuesta y las consecuencias co-
rrespondientes.
El costo de seguir a Cristo
Aceptar y recibir lo que Dios nos ha da-
do y nos ha hecho ser en Cristo tiene un
costo. Jesús lo expresó claramente a
los que lo seguían y a sus discípulos en
más de una ocasión: “…Si alguien quie-
re ser mi discípulo, que se niegue a sí
mismo, lleve su cruz cada día y me si-
ga. Porque el que quiera salvar su vida,
la perderá; pero el que pierda su vida
por mi causa, la salvará” (Lucas 9:23-24) .
El costo es entregar la totalidad de
nuestra vida a Jesús, al Padre y al Espí-
ritu Santo. Es vaciar nuestras manos y
corazones, todo nuestro ser, para que
Dios nos llene con aquello que nos ha
dado y nos ha hecho en Cristo.
Pero este costo no es algo que pa-
gamos a Jesús para moverlo a darse a
nosotros. Él ya se entregó en la cruz an-
tes de que hubiésemos nacido. Recibir
y aceptar lo que nos ha dado gratuita-
mente implica un costo, el de morir al
viejo y corrompido ser para poder recibir
la nueva vida de él.
Verdad y Vida Julio - Septiembre 2017
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