hizo lo que le había dicho Elías, de modo que cada día hubo comida para ella
y su hijo, como también para Elías. Y tal
como la palabra del SEÑOR lo había
anunciado por medio de Elías, no se
agotó la harina de la tinaja ni se acabó
el aceite del jarro” (1Reyes 17:14-16).
E incluso por su oración de intercesión Dios resucitó al hijo de la viuda:
“Entonces clamó: ‘SEÑOR mi Dios,
¿también a esta viuda, que me ha dado
alojamiento, la haces sufrir matándole a
su hijo?’. Luego se tendió tres veces
sobre el muchacho y clamó: ‘¡SEÑOR
mi Dios, devuélvele la vida a este muchacho!’. El SEÑOR oyó el clamor de
Elías, y el muchacho volvió a la vida.
Elías tomó al muchacho y lo llevó de su
cuarto a la planta baja. Se lo entregó a
su madre y le dijo: ‘¡Tu hijo vive! ¡Aquí lo
tienes!’. Entonces la mujer le dijo a Elías: ‘Ahora sé que eres un hombre de
Dios, y que lo que sale de tu boca es
realmente la palabra del SEÑOR’” (1
Reyes 17:20-24).
¿Cómo podrían nuestras oraciones
compararse con aquellas de un hombre
poderoso de Dios como Elías?
La verdad es que entre algunos de
esos sorprendentes milagros Elías también pudo sentirse frustrado, solo, deprimido, enojado, lleno de dudas y deseando estar muerto.
Nota como se sintió este gran profeta el mismo día después del gran milagro del fuego del cielo.
Justo acababa de recibir una amenaza de muerte de la malvada reina Jezabel, y se nos dice en 1 Reyes 19:3-4:
“Elías se asustó y huyó para ponerse a
salvo. Cuando llegó a Berseba de Judá,
www.comuniondelagracia.es
dejó allí a su criado y caminó todo un
día por el desierto. Llegó adonde había
un arbusto, y se sentó a su sombra con
ganas de morirse. ‘¡Estoy harto, SEÑOR!’, protestó. ‘Quítame la vida, pues
no soy mejor que mis antepasados’”.
Sin duda Elías era un hombre como
nosotros.
Este episodio de la vida de Elías
terminó en el Monte Horeb, donde Dios
le presentó a Elías un viento poderoso,
un terremoto rugiente y un fuego consumidor. Pero Dios no se encontró con
Elías en ninguno de ellos. En su lugar,
Dios se encontró con él en un murmullo
suave y apacible.
A menudo pensamos que Dios no
está con nosotros al menos que estemos haciendo las llamadas cosas “grandes” para Dios. Pero he aquí lo que tenemos que recordar: Estamos más
próximos a Dios cuando estamos escuchando su silbo apacible que cuando
somos atrapados haciendo lo que creemos son grandes cosas en su nombre.
Los vientos poderosos que parten
hasta las montañas, los terremotos y los
fuegos son fáciles de escuchar, pero los
susurros delicados requieren de gran
atención. Con la fortaleza y la seguridad
de aquel susurro delicado Elías continuó llevando a cabo la obra que Dios
tenía para él.
Sí, Elías era un ser humano como
nosotros, teniendo la misma clase de
temores, preocupaciones, dificultades y
desafíos que tenemos nosotros, y si
Dios escuchó sus oraciones, escuchará
las nuestras también.
Verdad y Vida Julio – Septiembre 2016
5