por Pedro Rufián Mesa
S
us fuerzas flaqueaban, su vista se
deterioraba, ya le costaba trabajo
ver de lejos y subir las escalinatas
del templo empezaba a ser un
verdadero martirio para él. “¿Cómo voy
a identificarlo si apenas puedo ver solo
a unos cuantos metros?”, se preguntaba el anciano Simeón, y le preguntaba a
Dios. Pero en el fondo de su corazón se
confortaba en la seguridad de que sería
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Verdad y Vida Enero – Febrero 2017
Dios el que le mostrara a su Ungido.
Como un judío piadoso que había
confiado en Dios a lo largo de su vida,
iba todos los días al templo, sin importar
que hiciera frío o lloviese. Lo que le
mantenía las fuerzas, y el ánimo para
sobreponerse a la debilidad de sus
músculos y a la fragilidad de sus huesos, era la gran noticia que Dios le
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