Hdades europeas que tienen un encanto peculiar, ya sea por su historia, su arquitectura o por los grandes músicos, pintores o genios que han nacido en ellas. Ese es el caso de la pintoresca ciudad austriaca de Salzburgo.
El asentamiento inicial de la ciudad data de la edad de piedra. Su prosperidad le llegó a través de la minería de su“ oro blanco”, la sal, de la que recibió su nombre el río“ Salzach” y después la propia ciudad.
Pero Salzburgo es mucho más conocida y visitada en la actualidad por ser el lugar de nacimiento en 1756 de su hijo más admirado, Wolfgang Amadeus Mozart.
Su padre no tardó en reconocer rápidamente el talento de Mozart, cuando era aún un niño muy pequeño, quién dedicó su tiempo completamente a la educación de su retoño.
A la tierna edad de tan solo cinco años, y animado por su padre, Mozart ya dominaba el piano y el violín, y tres años después ya había compuesto su del padre por su hijo que se embarcaba en viajes a lo largo de Europa para que Mozart actuara en sus salas de conciertos y en sus plazas reales ante grandes audiencias. Y su padre estaba presente fielmente en cada actuación para apoyar y animar al joven Mozart y el talento que Dios le había dado.
Quizás para muchos de nosotros sea difícil imaginar tal muestra de amor, apoyo, dedicación y ánimo procedente de un padre. Un padre que nos ama de tal forma que está dispuesto a darnos todo su tiempo precioso, su atención, dedicación y apoyo.
Eso y mucho más es lo que Dios nos dio a todos los seres humanos a través de aquel bebé indefenso, a quien María dio a luz en un establo, y al que nadie le dio posada ni la bienvenida, en aquella pequeña aldea de Belén hace más de dos mil años.
Aquel niño, el Hijo de Dios encarnado, Jesús, crecería para mostrarnos el amor de nuestro Padre y enseñarnos el camino del mismo hasta que llegara el tiempo de entregarse como sacrificio perfecto por toda su creación:“ Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree
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