Andrés Layos
vecindad
Rayón total
Pablo García Gámez
Venezuela
reside en Nueva York
4
Andrés Layos
No, hermano: yo no me iba a echar esa vaina. O sea, no es que nade en la abundancia, pero tampoco estoy en las últimas. Yo tengo un nombre,
un nombre hecho a pulso, un nombre hecho a fuerza de sacrificio. Soy un actor reconocido. He ganado un montón de premios en teatro y en
televisión. O sea, yo soy un hombre de principios: no me voy a rayar porque esté pelando. Yo vine aquí para explorar mi potencial, no para
aceptar un trabajo que atente contra mi integridad. O sea, yo soy un profesional. Vine a Nueva York porque aspiro a tener no el mismo, sino
un mejor espacio que el que tenía allá. Yo sé que los inicios no son fáciles. Hay que moverse, tener conexiones, buscar contactos, o sea, dedicar
tiempo para dar a conocer el talento, ¡con la competencia que hay…! Empecé en el teatro hispano mientras refresco el inglés que aprendí en el
Venezolano-Americano… esa mamá mía se las sabe todas: siempre intuyó que yo vendría para acá. Lo importante es estar centrado en lo que uno
quiere y para saber eso no hace falta que te leas a Paulo Coelho: yo estoy ahí, claro con mis metas. La vaina empezó por bocón; una vez me enteré
que a un pana dramaturgo le iban a producir una obra. Es un carajo que allá nadie lo conoce, pero que aquí tiene una cierta y pálida notoriedad.
Me lo encontré en Repertorio: “-¡Felicitaciones! Siendo tuya, la obra debe ser extraordinaria. Si necesitas un actor aquí estoy: modestia aparte,
soy excelente intérprete. Además ando medio pelando y entre paisanos tenemos que ayudarnos”. ¿Has de creer que el tipo le dio mi nombre al
director y que éste me llamó? Yo, contento. Me dijo que eran dos personajes y que a mí me tocaría el antagonista. Pues fui a mi primera lectura
y resulta que… no, vale, es que lo cuento y no se cree… el personaje era un gay, por favor no le vayas a decir nada a nadie. No es porque el personaje fuera gay. O sea, tú sabes que yo soy de mente abierta y no discrimino contra nadie, menos contra los homosexuales: son seres humanos,
como uno y de hecho, tengo un montón de amigos maricones, locas, mariposas, pargos, parchas, patos… o sea, yo les digo así de pana porque
los aprecio y además, cada uno hace con su culo lo que quiera. Pero de ahí a que la gente piense que yo soy gay, eso sí que no. Imagínate que
encuentre un trabajo en Broadway y descubran que hice de pargolete. Imagínate que una foto de esa obra llegue a Caracas. O sea, imagínate que
mi mamá sepa que hice de loca. Rayón total. El caso es que al principio me dije: “Tranquilo. Es solo un personaje. Necesitas los reales. Eres un
profesional”. Empezaron los ensayos y menos mal que no había escenas de tocadera: es que si alguien me toca las nalgas o me agarra la agarra
paloma, te juro que lo mato a coñazos. Sin embargo, mi personaje tenía que hacer una serie de posturas pártete-galleta, caminar meneándose
y hablar medio afectado. Estaba incómodo, muy incómodo, incomodísimo, al punto de que en varios ensayos el director me llamó la atención:
“-No hables en tonos tan graves. Flexiona el cuerpo porque te ves tieso en escena”. Sentía que en la espalda se clavaban miradas de lascivia: tú
sabes, ¿no sabes? Miradas que no ves, pero que se sienten; era como si se restregaran sobre mi piel. Aguanta que te aguanta hasta que un día,
faltando una semana para el estreno el otro actor en el camerino, para mostrármelos, saca de su bolso los interiores que utilizará en la escena que
quedamos en calzoncillos, sin tocadera, pero en interiores. Blancos, de algodón, tipo bóxer. Amigo, me sentí total y absolutamente perdido, no
sé como explicarlo. O sea, éramos como dos jevitas mostrándose las pantaletas que compraron en Victoria Secret. Si el actor pensaba que yo era
gay, ¿qué no iba a pensar el público? Estaba frente al barranco. Ése fue el momento de iluminación. Terminamos el ensayo como si nada: “-Nos
vemos mañana. Trata de pasarla bien, te siento tenso” ¡Cómo no iba a estar tenso! Fui al apartamento. Esperé hasta medianoche. Llamé a la
oficina del director. Atendió la contestadora y solté el mensaje: “Aló. Soy yo. Estoy llamando porque mi mamá, que está visitando a mi hermana
en Miami, se enfermó. No sé qué tiene, mi hermana no me supo decir. Estoy saliendo para allá y no sé cuándo regrese. Espero que sepan disculpar, que comprendan que es una emergencia”. Así, olímpicamente me salí del rollo. Porque eso de ser versátil, hasta cierto punto. Te pones de
marico en escena y te rayaste secula seculorum: hay mucho prejuicio suelto. El que me suplió, que no creo que lo haya hecho mejor que yo, ganó
el premio mejor actor de reparto. Prefiero no tener premio antes de que piensen que soy loca. Antes que sen F