formaban en las orillas mientras pensaba hacia dónde se dirigiría su
cuerpo después de.
Un coche atravesó el puente con cierto estruendo. El suicida giró la
cabeza. Miró por última vez el perfil de la ciudad, casi absorbido por la
niebla, el puente y entonces, la vio.
Era una mujer de melena rojiza que en ese mismo instante se
estaba encaramando sobre el pretil del puente.
El suicida se quedó sorprendido (y la muerte también) porque no
esperaba ver a nadie en el puente y menos aún a una mujer, y mucho
menos a una mujer que intentara hacer lo mismo que él pretendía. En
un minuto que duró una eternidad la observó con incredulidad mientras
ella se ponía de pie sobre el pretil, alzaba los brazos hacia los costados e
inclinaba la cabeza hacia atrás. Como en un crucifijo. Con la perfección
que un gimnasta realiza un cristo.
Y entonces, un acto reflejo le impulsó a cruzar corriendo hacia el
otro lado del puente. ¡Qué hace, gritó, qué hace, baje de ahí. ¿No ve que
se va a matar?
Elena Casero (Valencia)
http://elenacasero.blogspot.com.es/
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