Valija de vida saludable_propuesta de talleres de prevencion Recursero Educación Primaria | Page 11

― No estás lejos querido Atila. Mañana deberás atravesar la montaña y llegarás al palacio del Rey Mendoza, que se encuentra del otro lado. Allí está el espejo de la verdad; te ayudaré a obtenerlo y a regresar a tu hogar. ― Diciendo esto, fue extinguiéndose junto con su luz, y la noche se cerró en la caverna.
Cuando el príncipe despertó, el sol brillaba alto en el cielo. No había nada para comer o beber, pero no le importó. Montó en su caballo y avanzó por el sendero. Su fiel alazán lo llevó con valentía por el camino, que cada vez se hacía más angosto bordeando un precipicio.
A la distancia vio un castillo gigante colgado de la cima de la montaña, justo en el fin del mundo. Había en él cien torres y en cada una brillaba una estrella dorada. El camino hacia el castillo era difícil, pero Atila llevó su cabalgadura con cuidado a lo largo de la senda y pronto, ante ellos, aparecieron las doradas puertas del castillo del Rey Mendoza.
― ¿ Qué es lo que deseas? ― dijo el capitán de la guardia cuando el príncipe se acercó.
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― He venido a ver al Rey ― dijo Atila valientemente. En ese momento, el primer ministro llegó a la puerta para buscarlo. Atila había sido visto en el espejo de la verdad hacía unos minutos, así que fue conducido al salón del trono, donde el Rey Mendoza lo esperaba.
Sentado en su trono de marfil, el Rey lo observó sin alegría.
― Vivo en este castillo ― dijo ―; mis cofres están repletos de tesoros, mis establos de magníficos caballos y mis dominios son tan extensos que es imposible recorrerlos. Sin embargo estoy triste. Mi corazón no conoce la paz. Ya que has viajado hasta aquí, hijo mío, tal vez tengas una respuesta para darme.
― Su Majestad ― dijo Atila, quitándose el anillo de la verdadera felicidad ―. Póngase este anillo y tendrá aquello que le falta.
En cuanto el anillo tocó el dedo del Rey Mendoza, un torrente de felicidad se precipitó por sus venas e inundó cada parte de su cuerpo, cada rincón de su corazón. Saltó del trono completamente revitalizado y lleno de energía exclamó:
― Pídeme lo que quieras, príncipe. Aquello que nombres será tuyo. Porque ahora conozco lo que es la felicidad.
― ¿ Podrías darme el espejo de la verdad? ― dijo Atila. Y el Rey contestó de inmediato:
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― ¡ De todo corazón!
Durante siete días y siete noches se realizaron fiestas en homenaje al príncipe. Atila pasó esos días compartiendo la alegría del Rey Mendoza y luego partió rumbo a su hogar, llevando el espejo de la verdad en la alforja.
Fue un largo viaje de regreso. Sin embargo, las ganas de llegar a casa eran tan fuertes que la voluntad del príncipe lo hacía cabalgar sin sentir cansancio.
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