Valija de vida saludable_propuesta de talleres de prevencion Recursero Educación Primaria | Page 12
Se encontraba muy cerca de su reino, cuando de pronto el paisaje se oscureció; había humo y restos de
árboles quemados. Al acercarse un poco más, vio que se trataba de un enorme dragón que obstruía el paso
apostado en medio del camino. El monstruo tenía los ojos inyectados de fuego, y entre sus fauces llevaba una
doncella.
Atila frotó tres veces su talismán y sin dudarlo, con un movimiento simultáneo, se afirmó sobre los estribos de
su caballo, desenvainó su espada con una mano y se aferró a las riendas de su caballo con la otra. Arremetió
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al galope y con un grito descargó el filo de su espada
produciendo un terrible estruendo.
Entonces, el príncipe ayudó a la joven a salir de las fauces del dragón. Ella le sonrió agradecida y cuando él la
vio de cerca sintió que nunca había visto una muchacha tan bella. Se abrazaron junto al cuerpo del dragón
que yacía a sus pies; luego montaron en el corcel y cabalgaron hacia palacio.
Durante el camino se confiaron sus historias: la muchacha le contó que era la hija de un carbonero y Atila
relató sus aventuras. Así fue que avanzaron rápidamente por el camino, y antes de llegar, el príncipe le
propuso casamiento.
Por fin, alcanzaron la entrada del reino; sin embargo, al ingresar se encontraron con un pueblo vacío y
silencioso. Las puertas de palacio estaban cerradas; Atila las golpeó con fuerza pero todo permanecía inmóvil.
Entonces, sacó de su alforja el espejo de la verdad y miró en él para descubrir lo que pasaba. En su reflejo,
vio que las personas se habían escondido del monstruo que acababa de matar y aún permanecían presas del
terror, sin saber que el peligro ya no existía.
― ¡Salgan! ―gritó el príncipe―. ¡Salgan! ¡Ya no hay peligro! Abran puertas y ventanas y que reine la alegría.
¡El dragón ha muerto! ¡He matado al dragón!
De inmediato, la gente salió corriendo de sus casas y escondrijos, y al verlo de regreso lo llevaron en andas
festejando. La joven hija del carbonero se perdió entre la multitud, pero el príncipe muy pronto la encontró y la
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llevó junto con él hasta el palacio de su padre.
El Rey salió a su encuentro estrechándolo en un abrazo. Rió feliz por encontrarlo a salvo y lo felicitó por su
hermosa prometida. Pasados los saludos, su padre lo miró a los ojos y le dijo:
―Y bien, hijo mío, ¿qué ha pasado con la manzana de la vida, el anillo de la verdadera felicidad y el espejo
de la verdad?
Entonces Atila le contó a su padre toda la historia, de principio a fin, sin olvidar un solo detalle; y le entregó el
único elemento que había podido conservar: el espejo de la verdad.
―Mi querido hijo ―dijo el Rey sopesando el espejo en sus manos―, me has traído lo mejor que puede
poseer un ser humano, aun cuando sea un Rey. Porque sin la verdad, ¿qué es la felicidad?, ¿qué es la vida?
FIN
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