Tuneles Roderick Gordon 2 Profundidades | Page 38

había encontrado en el buzón secreto decía la verdad, esa verdad que aún no podía creerse, entonces Seth se había convertido en Will, en alguien completamente diferente. Tras recorrer varios kilómetros, Sarah llegó a una calle abarrotada, con tiendas y la mole de ladrillo visto de un supermercado. Rezongó para sí cuando se vio obligada a detenerse en un cruce, entre un montón de personas, y esperar a que el semáforo se pusiera verde. Se sentía incómoda y se arrebujó en la gabardina. Después, acompañado por la señal sonora, se encendió el hombrecillo verde del semáforo y Sarah cruzó la calle, adelantando a otras personas que iban cargadas con bolsas de la compra. Las luces de las tiendas se iban apagando, empezaba a llover y la gente corría en busca de refugio o para llegar al coche que tenían aparcado. La calle se despejó. Ella siguió su camino pasando desapercibida entre los demás viandantes, a los que ella no dejaba de escrutar con ojos experimentados. Oía la voz de Tam tan clara como si lo tuviera a su lado: «Observa, pero no dejes que te observen a ti». Ese era el consejo que le había dado. Cuando eran niños, a menudo se escapaban de su casa, desobedeciendo descaradamente las instrucciones de sus padres. Se disfrazaban poniéndose unos harapos y tiznándose la cara con un corcho quemado, y se internaban en uno de los lugares más violentos y peligrosos de toda la Colonia: los Rookeries. Incluso ahora, ella recordaba a Tam tal como era en aquellos tiempos, lo recordaba con su rostro juvenil y sonriente manchado de negro y con la emoción reflejada en los ojos al escapar de algún apuro. Lo echaba tanto de menos… De pronto, algo la arrancó de sus pensamientos: era su instinto, que sonaba como una alarma. Un joven esquelético, vestido con guerrera, apareció frente a ella, caminando en dirección opuesta. Se dirigía directo hacia ella. Sarah siguió su camino pero, en el último instante, el joven se giró, la rozó con el codo y le tosió en plena cara. Ella se paró en seco, echando chispas por los ojos. Él siguió su camino, murmurando palabras horribles entre dientes. En la espalda de la guerrera llevaba puestas las palabras «te odio» en grandes letras blancas. Tras dar unos pasos, el joven debió de darse cuenta de que ella seguía mirándolo, porque volvió ligeramente el cuerpo hacia ella y la miró con cara amenazadora. —¡Basura! —le dijo. El cuerpo de Sarah se tensó completamente, como el de una pantera a punto de saltar. «Cerdo despreciable», pensó, aunque no dijo nada.