a la estación de St. Paneras. Fue de los primeros pasajeros en bajarse del tren y, una
vez atravesada la barrera, se encaminó a toda prisa hacia la zona de las pantallas
interactivas. Mantuvo la cabeza agachada para evitar que su cara apareciera en las
cámaras de seguridad repartidas por el lugar, y se llevó un pañuelo a la cara cada vez
que pensaba que podía estar al alcance de una de ellas. Se paró delante del escaparate
de una tienda, observando al vagabundo mientras cruzaba el vestíbulo.
Si era un styx, o uno de sus agentes, sería mucho mejor no separarse de la
multitud. Sopesó las probabilidades de escapar. Estaba meditando si sería buena idea
subirse a un tren que estuviera a punto de salir, cuando, a menos de quince metros de
ella, el vagabundo se detuvo para rebuscar algo entre las bolsas. Después, insultando
de manera incoherente a un hombre que le pasó rozando, empezó a andar hacia las
puertas principales de la estación con andares inseguros y tambaleantes, con los
brazos extendidos como si empujara un imaginario carrito de la compra con una rueda
atascada. Sarah lo vigiló mientras salía por la puerta principal de la estación.
Entonces se sintió casi totalmente segura de que se trataba de un auténtico
vagabundo, y además ella estaba impaciente por continuar su camino. Así que tomó
una dirección al azar, atravesó por entre la multitud y abandonó la estación por una
salida lateral.
En el exterior hacía buen tiempo, y las calles de Londres estaban abarrotadas.
Perfecto. Justo lo que quería. Era mejor tener alrededor una muchedumbre de gente.
Se estaba mucho más segura disimulada entre un montón de gente, porque ante un
montón de testigos era mucho más difícil que los styx intentaran algo.
Siguió caminando a buen paso, dirigiéndose hacia el norte, hacia Highfield. El
ruido del intenso tráfico se amalgamaba hasta formar un solo estrépito continuo y
uniforme, que llegaba a través del pavimento hasta las plantas de sus pies, y de allí le
subía al estómago. Por extraño que pareciera, eso la hacía sentirse mejor: era una
vibración constante y reconfortante que le producía la sensación de que la ciudad, en
sí misma, era un ser vivo.
Mientras caminaba contemplaba los nuevos edificios, y volvía la cabeza para no
salir en ninguna de las cámaras de seguridad que había en ellos. Se quedaba atónita de
ver cuánto había cambiado la ciudad desde la primera vez que estuvo en Londres.
¿Cuánto hacía?, ¿casi doce años?
Se dice que el tiempo lo cura todo. Puede ser, pero eso depende de lo que suceda
durante ese tiempo.