Sarah se dirigía a Londres en un tren muy diferente al que transportaba a sus dos hijos . No quiso quedarse dormida ; pero durante mucho rato fingió que lo estaba , entrecerrando los ojos , para evitar cualquier tipo de relación con otros pasajeros . El vagón en que iba se fue abarrotando de gente durante las frecuentes paradas del final del trayecto . Se sentía muy incómoda , porque en la última parada había subido un hombre de barba sucia y alborotada , un pobre vestido con abrigo de tela escocesa y que llevaba en las manos una variopinta colección de bolsas de plástico .
Tenía que tener cuidado . A veces « ellos » se hacían pasar por mendigos y vagabundos . El único cambio que requería el rostro chupado del styx medio era dejarse crecer la barba durante unos meses y embadurnarla de suciedad , para volverse imposibles de distinguir de los pobres infortunados que se encuentran por las esquinas de cualquier ciudad .
Era una artimaña inteligente . Disfrazados de esa manera , los styx podían meterse en cualquier parte sin despertar recelos de los Seres de la Superficie . Y lo mejor de todo era que les permitía ocupar puestos de vigilancia en las abarrotadas estaciones de tren durante días y días , controlando a los pasajeros que iban y venían .
Sarah había perdido la cuenta de las veces que había visto merodeando en las puertas vagabundos que , bajo su pelambrera sucia y apelmazada , la escudriñaban con sus ojos cristalinos de negras pupilas que dirigían hacia ella .
Pero ¿ sería aquel vagabundo uno de ellos ? Observó su reflejo en las ventanillas mientras él sacaba una lata de cerveza de una mugrienta bolsa de plástico . Tiró de la anilla para abrirla y empezó a beber derramando una buena parte por la barba . En más de una ocasión lo sorprendió mirándola directamente . La suya parecía una mirada borrosa , y a ella no le gustaron sus ojos , que eran de un negro azabache y tendían a entrecerrarse , como si no estuviera acostumbrado a la plena luz del día . Todo eso eran malos indicios , pero aunque le hubiera gustado hacerlo , no se cambió de asiento , porque lo último que deseaba era llamar la atención .
De forma que se quedó allí sentada , rechinando los dientes , hasta que el tren llegó
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Sarah se dirigía a Londres en un tren muy diferente al que transportaba a sus dos hijos . No quiso quedarse dormida ; pero durante mucho rato fingió que lo estaba , entrecerrando los ojos , para evitar cualquier tipo de relación con otros pasajeros . El vagón en que iba se fue abarrotando de gente durante las frecuentes paradas del final del trayecto . Se sentía muy incómoda , porque en la última parada había subido un hombre de barba sucia y alborotada , un pobre vestido con abrigo de tela escocesa y que llevaba en las manos una variopinta colección de bolsas de plástico .
Tenía que tener cuidado . A veces « ellos » se hacían pasar por mendigos y vagabundos . El único cambio que requería el rostro chupado del styx medio era dejarse crecer la barba durante unos meses y embadurnarla de suciedad , para volverse imposibles de distinguir de los pobres infortunados que se encuentran por las esquinas de cualquier ciudad .
Era una artimaña inteligente . Disfrazados de esa manera , los styx podían meterse en cualquier parte sin despertar recelos de los Seres de la Superficie . Y lo mejor de todo era que les permitía ocupar puestos de vigilancia en las abarrotadas estaciones de tren durante días y días , controlando a los pasajeros que iban y venían .
Sarah había perdido la cuenta de las veces que había visto merodeando en las puertas vagabundos que , bajo su pelambrera sucia y apelmazada , la escudriñaban con sus ojos cristalinos de negras pupilas que dirigían hacia ella .
Pero ¿ sería aquel vagabundo uno de ellos ? Observó su reflejo en las ventanillas mientras él sacaba una lata de cerveza de una mugrienta bolsa de plástico . Tiró de la anilla para abrirla y empezó a beber derramando una buena parte por la barba . En más de una ocasión lo sorprendió mirándola directamente . La suya parecía una mirada borrosa , y a ella no le gustaron sus ojos , que eran de un negro azabache y tendían a entrecerrarse , como si no estuviera acostumbrado a la plena luz del día . Todo eso eran malos indicios , pero aunque le hubiera gustado hacerlo , no se cambió de asiento , porque lo último que deseaba era llamar la atención .
De forma que se quedó allí sentada , rechinando los dientes , hasta que el tren llegó