—Pero ¿para qué son? —le preguntó Chester.
—Para evitar que toda la fuerza del Viento del Levante llegue a la Colonia.
Chester lo miró sin comprender.
—Sí. El viento sopla con una furia tremenda desde el Interior —respondió Cal a
su mirada interrogante, y añadió—: Es bastante lógico, ¿no? —Puso los ojos en
blanco como si pensara que la pregunta de Chester era muy tonta.
—Seguramente Chester no ha presenciado ninguno hasta ahora —se apresuró a
explicar Will—. Chester, imagínate un polvo espeso que llega del lugar al que vamos,
de las Profundidades.
—¡Ah, muy bien! —respondió su amigo, y se volvió. Will no pudo dejar de notar
el gesto de irritación que aparecía en su rostro. En ese momento tuvo el
presentimiento de que la vida con Chester y Cal no iba a ser fácil. Nada fácil, con los
dos juntos.
Mientras el tren comenzaba a recuperar velocidad, los muchachos volvieron a
ocupar su posición entre las cajas de fruta. Durante las siguientes doce horas
atravesaron muchas más compuertas como aquéllas. Cada vez que se paraban, los tres
vigilaban por si a alguno de los colonos se le ocurría ir a ver cómo estaba Chester.
Pero no se acercó nadie, y después de cada interrupción los muchachos recuperaban
su rutina de comer y dormir. Consciente de que tarde o temprano llegarían al final del
recorrido, Will empezó a prepararse. Encima de todas las esferas de luz sueltas que él
ya había guardado en las dos mochilas, metió toda la fruta que pudo. No tenía ni idea
de dónde ni cuándo podrían encontrar comida en las Profundidades, y le parecía que
lo mejor sería cargar con todas las provisiones que pudieran.
Dormía profundamente cuando lo despertó de súbito el tañido de una campana.
En un estado de confusión, sin haber despertado del todo, lo primero que pensó fue
que se trataba de la alarma de su reloj, que lo despertaba para ir al colegio. De manera
automática, su mano se dirigió al lugar en que debía estar su mesita de noche, pero en
vez de con el reloj sus dedos se toparon con el suelo cubierto de polvo del vagón.
La mecánica insistencia de la campana lo despertó por completo y se puso en pie
de un salto, restregándose los ojos. Lo primero que vio fue a Cal poniéndose los
calcetines y las botas de manera frenética, mientras Chester lo observaba
desconcertado. La estruendosa campana seguía sonando, retumbando en las paredes
del túnel y más allá, por detrás de ellos.
—¡Vamos, vosotros dos! —vociferó Cal a pleno pulmón.