Después de un rato, los tres se desabrocharon las camisas y se quitaron las botas y
los calcetines. El aire era tan caliente y seco que se turnaban para subirse a las cajas de
fruta que no estaban rotas y recibir un poco de brisa. Will se preguntaba si sería ya
siempre así a partir de aquel momento. ¿Resultarían las Profundidades
insoportablemente calurosas, como la bocanada que suelta un horno cuando se abre la
puerta? Porque aquello era como si circularan por la autopista que llevaba al
mismísimo infierno.
Sus pensamientos quedaron bruscamente interrumpidos cuando los frenos
chirriaron con una fuerza tal que se vieron obligados a taparse los oídos. El tren
aminoró la marcha y finalmente se detuvo con una sacudida. Varios minutos después
oyeron un chasquido que provenía de algún lugar del tren por delante de ellos y,
finalmente, el rotundo estrépito del metal que golpea una roca. Will se puso las botas a
toda prisa y se dirigió a la parte delantera del vagón. Allí se izó para mirar por encima
de la pared del vagón y ver qué pasaba.
No sirvió de nada. Por delante, el túnel tenía un brillo rojo apagado, pero todo lo
demás estaba cubierto por nubes de humo. Chester y Cal se acercaron a Will y
estiraron el cuello tratando de ver algo por encima de los vagones. Con la locomotora
parada, el nivel de ruido había descendido hasta aproximarse al silencio, y cualquier
sonido que hicieran ellos, como una tos o el arrastrar de una bota, parecía remoto e
insignificante. Aunque era una oportunidad para hablar, no hacían más que mirarse
sin saber qué decir. Por fin, Chester rompió el silencio:
—¿Ves algo? —preguntó.
—¡Sí!, ¡que parece que estás mucho mejor! —le respondió Will. Su amigo se
movía con más seguridad, y se había izado hasta ponerse a su lado sin ninguna
dificultad.
—Lo único que tenía era un poco de hambre —murmuró Chester, sin darle
importancia, apretándose la oreja con la palma de la mano como si intentara calmar la
sensación producida por el repentino silencio.
Oyeron un grito, la voz profunda de un hombre que retumbaba en la parte de
delante, y se quedaron paralizados.
Aquel grito era un claro recordatorio de que no se hallaban solos en el tren. Había,
claro está, un maquinista, posiblemente acompañado por un ayudante, según les había
advertido Imago, y otro colono en el furgón de cola. Y aunque esos hombres sabían
que Chester se hallaba a bordo, y sería misión suya conducirlo a donde tuvieran que