«¡Vamos, gallina, tienes que hacerlo!», se dijo, y entonces echó una carrera a toda
velocidad para saltar a la pared del vagón en que se hallaba y aferrarse desde allí a la
pared, mucho más alta, del siguiente vagón.
Por un momento pensó que había calculado mal y estaba a punto de deslizarse y
caer. Agarrándose con las manos lo mejor que podía, revolvió los pies hasta que
encontró dónde colocarlos.
Se felicitó a sí mismo, pero no tardó en darse cuenta de que no se encontraba en el
mejor sitio posible para quedarse colgado: tanto un vagón como el otro se
balanceaban violentamente y lo zarandeaban, amenazando con arrancarlo de su
precaria posición. Y no se atrevía a mirar abajo, a los raíles que corrían a sus pies, por
temor a perder los nervios.
—¡Tengo que lograrlo! —gritó y, con toda la fuerza de sus piernas y brazos, trepó
hasta arriba. Se deslizó por el lado interior del vagón y cayó hecho una bola. Lo había
conseguido: estaba dentro.
Al sacar la esfera de luz para echar a su alrededor un vistazo en condiciones, le
decepcionó ver que el vagón parecía vacío, salvo por unos pequeños montones de
carbón. Siguió adelante, y dio las gracias en silencio al descubrir las dos mochilas
caídas al final del vagón. Las recogió. Con toda la precisión de que era capaz, arrojó
primero una y luego otra al vagón contiguo.
Al volver donde Chester y Cal, comprobó que seguían profundamente dormidos.
Ni siquiera se habían dado cuenta de que habían caído por milagro dos mochilas junto
a su escondite. Sabiendo lo débil que estaba Chester, decidió prepararle un bocadillo
sin perder un instante.
Cuando, después de zarandearlo enérgicamente, Will logró incorporar a Chester lo
suficiente para que pud iera coger lo que le ofrecía, su amigo se lanzó sobre el
bocadillo. Sonreía a Will entre un bocado y el siguiente, y devoraba el bocadillo
acompañándolo con agua de una de las cantimploras. Después, sencillamente, volvió
a quedarse dormido.
Y así fue como ocuparon las horas siguientes: durmiendo y comiendo. Se
preparaban extraños bocadillos de grueso pan blanco rellenos con secas tiras de cecina
de rata y con repollo. Hasta se sirvieron las poco apetecibles tabletas de hongos (que
constituían el alimento básico de los colonos, elaboradas con las setas gigantes a las
que llamaban boletos edulis), que tomaban sobre gofres untados con una gruesa capa
de mantequilla. Y para acabar cada uno de aquellos banquetes, comían tanta fruta que