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Mientras Cal y Chester dormían, Will hizo balance de la situación.
Mirando a su alrededor, comprendió que la mayor prioridad en aquellos
momentos era ocultarse. Le pareció muy improbable que alguno de los colonos
hiciera algún tipo de registro mientras el tren seguía en movimiento. Sin embargo, si el
tren se detenía, entonces sería importante que él, Chester y Cal estuvieran preparados.
¿Qué podía hacer? Tal vez no gran cosa, pero le pareció que no estaría de más volver
a colocar de manera algo diferente las cajas rotas. Fue arrastrándolas y colocándolas
en torno a Cal y Chester, que seguían durmiendo. Las apiló unas encima de otras y
dejó en medio espacio suficiente para que se pudieran esconder los tres.
Al hacerlo, se dio cuenta de que las paredes del vagón de delante eran más
elevadas que las del vagón en que se encontraban, y que las de cualquiera de los que
había atravesado en su anterior expedición en busca de Chester. Parecía que Imago, ya
fuera por suerte o por cálculo, los había dejado caer en un lugar relativamente
protegido, donde estaban hasta cierto punto al abrigo del humo y el hollín que echaba
la locomotora que iba en cabeza.
Tras colocar en su sitio la última de las cajas y retroceder un poco para admirar
con suficiente perspectiva su obra, su mente pasó enseguida a la segunda prioridad: el
agua. Se las podían arreglar con la fruta, pero realmente necesitarían beber algo antes
de que pasara mucho tiempo, y también estaría bien contar con las provisiones que
Cal y él habían comprado en la Superficie. Eso significaba que alguien tendría que
aventurarse para recuperar las mochilas de los vagones de delante, donde Imago las
había dejado caer. Y estaba claro que ese alguien tendría que ser él.
Manteniendo el equilibrio con los brazos extendidos, como si estuviera en la
cubierta de un barco con la mar picada, miró la pared de hierro que iba a tener que
trepar. Levantó los ojos hasta lo alto de ella, que resultaba claramente recortada por el
resplandor anaranjado de las ascuas que pasaban por encima. Le pareció que tenía
cuatro o cinco metros de alto, casi el doble que los vagones de cola que había
atravesado antes.