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Desde diferentes puntos de la planta, las máquinas de coser repiqueteaban y las
prensas de planchado les respondían con su silbido, como tratando de comunicarse
unas con otras.
Donde se sentaba Sarah, el murmullo aflautado de una emisora de radio, siempre
presente como fondo, trataba en vano de traspasar el barullo de las máquinas.
Apretando el pedal con el pie, la máquina despertó ronroneando al tiempo que metía
un hilo a través de la tela. Todo el mundo trabajaba a máxima velocidad porque era
necesario que la ropa estuviera lista para el día siguiente.
Sarah levantó la vista al oír gritar a alguien, una mujer que se abría camino por
entre los bancos de trabajo hacia sus compañeras, que esperaban a la salida. Al
reunirse con ellas, se pusieron a charlar bulliciosamente, como una bandada de ocas
excitadas, y después salieron por las puertas de vaivén.
Cuando las puertas se cerraron tras ellas, Sarah levantó la vista hasta los sucios
cristales de los altos ventanales de la fábrica. Vio que el cielo se estaba nublando, y se
oscurecía tanto como si estuviera anocheciendo, aunque no era más que mediodía.
Quedaban muchas otras mujeres en aquel piso de la fábrica, cada una de ellas aislada
de las demás bajo un cono de luz irradiado por la lámpara que tenían sobre la cabeza y
que iluminaba el duro trabajo que trataban de terminar.
Sarah apretó el botón que tenía bajo el banco para apagar la máquina y, cogiendo
la gabardina y la bolsa, se fue hacia la puerta a toda velocidad. Atravesó las puertas de
vaivén asegurándose de que no hacían ningún ruido al cerrarse, y recorrió el pasillo.
Por la ventana del despacho vio al encargado de la planta, que se encorvaba sobre el
escritorio, absorto en el periódico. Sarah debería comunicarle que iba a salir, pero
tenía prisa por coger el tren y, además, cuanta menos gente supiera que se iba, mejor.
Al salir a la calle, observó las aceras por si encontraba a alguien que le resultara
sospechoso. Era algo que hacía ya de manera automática, sin siquiera darse cuenta. Su
instinto le dijo que la calle era segura, y siguió colina abajo, abandonando la carretera
principal para tomar una ruta más larga de lo necesario.