que había visto hasta aquel momento, la locomotora y cada uno de los vagones que
arrastraba estaban construidos en una escala varias veces más grande que cualquier
tren que hubiera visto en la Superficie. No le hacía ilusión pensar en el lugar en que
su hermano lo esperaba. Llegar hasta allí no había sido hazaña pequeña. Will era
consciente de que el más pequeño error al pasar de un vagón a otro podría haber
supuesto caer a la vía, y con toda seguridad ser aplastado por las gigantescas ruedas
que giraban, a veces desprendiendo chispas, sobre los gruesos raíles. Se le hacía duro
pensar en ello. Tomó aire.
—¿Listo para ir? —le gritó a Chester.
Su amigo asintió con la cabeza y se irguió con movimientos inseguros.
Aferrándose a la pared posterior del vagón, se aseguró frente al incesante balanceo del
tren, mientras éste tomaba una serie de curvas en el interior del túnel.
Iba vestido con la chaqueta corta y los gruesos pantalones que constituían el
atuendo habitual en la Colonia, pero cuando la chaqueta se le abrió, lo que vio Will le
dejó estupefacto.
En el colegio, a Chester lo llamaban el Armario por su imponente corpulencia,
pero, mirándolo ahora, parecía haberla perdido completamente. A menos que la luz lo
engañara, Chester tenía la cara demacrada y su cuerpo había perdido gran parte de su
masa. Lo más increíble es que, a los ojos de Will, tenía un aspecto de fragilidad. Will
conocía bien las espantosas condiciones en que se vivía en el Calabozo, porque no
mucho después de que él y Chester llegaran por primera vez al mundo subterráneo los
había atrapado un policía de la Colonia y los había metido en una de las celdas
oscuras y mal ventiladas de la prisión. Pero Will sólo había permanecido allí alrededor
de dos semanas, en tanto que Chester había sufrido mucho más tiempo aquella terrible
experiencia. Meses.
Will se dio cuenta de la manera en que estaba observando a su amigo, y se
apresuró a apartar la mirada de él. Se sentía culpable porque él era la causa de todo lo
que Chester había tenido que soportar. El, y solo él, había arrastrado a su amigo a
todo aquello, empujado por su carácter impulsivo y por la terca determinación de
encontrar a su padre.
Chester dijo algo, pero Will no entendió una palabra, estando como estaba
examinándolo a la luz arrojada por la esfera que tenía en la mano mientras trataba de
adivinar sus pensamientos. Tenía cada centímetro de la cara cubierto por una espesa
capa de suciedad depositada por el humo sulfúreo al que se hallaban expuestos de