Tuneles Roderick Gordon 2 Profundidades | Page 14

nudo que rápidamente deshizo con sus fríos dedos. Sacó de dentro el trozo de papel cuidadosamente doblado y se lo acercó a la nariz para olerlo. Olía a viejo y húmedo. Podía asegurar que el mensaje llevaba allí varios meses. Aunque no siempre había algo esperándola cada vez que iba por allí, se reprochó severamente no haber acudido antes. Pero raras veces se permitía consultar aquel «buzón» secreto en intervalos menores de seis meses, porque tal actividad resultaba peligrosa para todos los implicados. Aquéllas eran las únicas ocasiones en que entraba en contacto indirecto con alguien perteneciente a su vida anterior. Siempre había un riesgo, por pequeño que fuera, de que el correo fuera seguido al salir de la Colonia para salir a la superficie en Highfield. Tampoco podía ignorar la posibilidad de que lo hubieran descubierto en el viaje desde el mismo Londres. No se podía estar seguro de nada. El enemigo era paciente, absolutamente paciente y calculador, y Sarah sabía que nunca cejarían en sus esfuerzos por capturarla y matarla. Tenía que vencerlos con sus propias armas. Consultó el reloj. Siempre cambiaba su ruta hacia y desde el puente, y no le quedaba mucho tiempo para la caminata a través del campo hasta el pueblo en que tenía que coger el autobús para volver a casa. Hubiera debido ponerse en camino, pero el ansia de recibir noticias sobre su familia era demasiado fuerte. Aquel papel era la única conexión que tenía con su madre, su hermano y sus dos hijos: para ella era como una cuerda de salvación. Necesitaba saber qué decía. Volvió a oler la carta. Aparte de esa necesidad que sentía de enterarse de cualquier cosa sobre ellos, había algo más que la empujaba a quebrantar el procedimiento cuidadosamente diseñado que seguía de manera infalible cada vez que se acercaba al puente. Era como si el papel desprendiera un olor distinto y poco grato, un olor que dominaba entre la mezcolanza de olores a moho de la fría y húmeda cámara. Era fuerte y desagradable: era el olor de las malas noticias. Hasta entonces sus premoniciones habían acertado y le habían sido útiles, y no estaba dispuesta a empezar a ignorarlas. Con creciente aprensión, miró fijamente la luz de la esfera más próxima, jugando con el papel entre los dedos mientras resistía el impulso de leerlo. Después, consternada por su propia debilidad, hizo una mueca y desdobló el papel. De pie ante la repisa de piedra, examinó la carta bajo la verdosa iluminación. Frunció el ceño. La primera sorpresa fue ver que el mensaje no estaba escrito de