Roderick Gordon - Brian Williams
Túneles
contabilidad. «Papel, papel por todas partes, y ni una gota de tinta para escribir» —
declamó Clarke Júnior, adoptando una pose teatral ante una audiencia imaginaria.
Los hermanos Clarke eran toda una institución local. Habían heredado el negocio
de su padre, y éste del suyo, y a juzgar por lo que se decía, puede que cuando
llegaron los romanos a Inglaterra se hubieran encontrado ya un Clarke en el negocio,
dedicado a vender nabos y cualesquiera otras verduras que estuvieran de moda en
aquel entonces. Clarke Júnior andaba por los cuarenta años, y tenía un carácter
extravagante y una debilidad por las chaquetas de colores chillones que encargaba a
un sastre del vecindario. Las rayas de un deslumbrante amarillo limón, rosa
amoratado o azul pastel se desplazaban a saltos entre mesas de tomates
sensatamente rojos y el verde rematadamente serio de las coles. Con su contagiosa
alegría y su repertorio aparentemente inacabable de ocurrencias y juegos de
palabras, era el favorito de las señoras del barrio, tanto de las jóvenes como de las
viejas, y sin embargo seguía soltero.
Clarke Mediano, que era el hermano mayor, no podía ser más distinto a él.
Tradicionalista acérrimo, observaba con severidad la exuberancia de la que hacía
gala su hermano en actitudes e indumentaria, e insistía en llevar el hábito clásico de
los tenderos, sobrio y dignificado por el tiempo: la vieja bata que habían llevado sus
antepasados. Era tan limpio y ordenado que daba grima. Parecía que su ropa hubiera
sido planchada después de puesta, tal era la rigidez de su bata marrón, su camisa
blanca y su corbata negra. Llevaba los zapatos tan brillantes, y el pelo, cortado tan
corto como el de un recluta, estaba tan disciplinado y brillante como una copa de
cristal.
Los dos hermanos, en el interior verde umbrío de la tienda, eran como una oruga
y una mariposa atrapados en una vaina. Y con sus constantes peleas, el frívolo
bromista y su estirado hermano parecían una atracción de circo constantemente
ensayada para una representación que nunca tenía lugar.
—¿Tienes miedo de que los clientes entren en masa y acaben con mis maravillosas
grosellas? —preguntó Clarke Júnior imitando el acento gales y sonriendo a Chester
que, todavía apoyado contra la puerta, no hizo ningún esfuerzo por responder, como
si la situación lo hubiera enmudecido—. ¡Ah, un tipo duro de los que no hablan! —
comentó ceceando mientras bajaba la escalera a saltitos y se acercaba a Will haciendo
una floritura con la mano—. Eres el joven Burrows, ¿verdad? —dijo, y adoptó una
expresión repentinamente seria—. Lamento lo de tu padre. Te hemos tenido presente
en nuestros pensamientos y nuestras oraciones —dijo posando con suavidad la mano
derecha sobre el corazón—. ¿Cómo lo lleva tu madre? ¿Y esa encantadora hermana
tuya...?
—Bien, bien, las dos están bien —respondió Will sin prestar mucha atención.
—Es una habitual de la tienda, ya sabes. Una buena cliente.
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