Tuneles Roderick Gordon 1 Túneles | Page 99

Roderick Gordon - Brian Williams Túneles contabilidad. «Papel, papel por todas partes, y ni una gota de tinta para escribir» — declamó Clarke Júnior, adoptando una pose teatral ante una audiencia imaginaria. Los hermanos Clarke eran toda una institución local. Habían heredado el negocio de su padre, y éste del suyo, y a juzgar por lo que se decía, puede que cuando llegaron los romanos a Inglaterra se hubieran encontrado ya un Clarke en el negocio, dedicado a vender nabos y cualesquiera otras verduras que estuvieran de moda en aquel entonces. Clarke Júnior andaba por los cuarenta años, y tenía un carácter extravagante y una debilidad por las chaquetas de colores chillones que encargaba a un sastre del vecindario. Las rayas de un deslumbrante amarillo limón, rosa amoratado o azul pastel se desplazaban a saltos entre mesas de tomates sensatamente rojos y el verde rematadamente serio de las coles. Con su contagiosa alegría y su repertorio aparentemente inacabable de ocurrencias y juegos de palabras, era el favorito de las señoras del barrio, tanto de las jóvenes como de las viejas, y sin embargo seguía soltero. Clarke Mediano, que era el hermano mayor, no podía ser más distinto a él. Tradicionalista acérrimo, observaba con severidad la exuberancia de la que hacía gala su hermano en actitudes e indumentaria, e insistía en llevar el hábito clásico de los tenderos, sobrio y dignificado por el tiempo: la vieja bata que habían llevado sus antepasados. Era tan limpio y ordenado que daba grima. Parecía que su ropa hubiera sido planchada después de puesta, tal era la rigidez de su bata marrón, su camisa blanca y su corbata negra. Llevaba los zapatos tan brillantes, y el pelo, cortado tan corto como el de un recluta, estaba tan disciplinado y brillante como una copa de cristal. Los dos hermanos, en el interior verde umbrío de la tienda, eran como una oruga y una mariposa atrapados en una vaina. Y con sus constantes peleas, el frívolo bromista y su estirado hermano parecían una atracción de circo constantemente ensayada para una representación que nunca tenía lugar. —¿Tienes miedo de que los clientes entren en masa y acaben con mis maravillosas grosellas? —preguntó Clarke Júnior imitando el acento gales y sonriendo a Chester que, todavía apoyado contra la puerta, no hizo ningún esfuerzo por responder, como si la situación lo hubiera enmudecido—. ¡Ah, un tipo duro de los que no hablan! — comentó ceceando mientras bajaba la escalera a saltitos y se acercaba a Will haciendo una floritura con la mano—. Eres el joven Burrows, ¿verdad? —dijo, y adoptó una expresión repentinamente seria—. Lamento lo de tu padre. Te hemos tenido presente en nuestros pensamientos y nuestras oraciones —dijo posando con suavidad la mano derecha sobre el corazón—. ¿Cómo lo lleva tu madre? ¿Y esa encantadora hermana tuya...? —Bien, bien, las dos están bien —respondió Will sin prestar mucha atención. —Es una habitual de la tienda, ya sabes. Una buena cliente. 99