Roderick Gordon - Brian Williams
Túneles
Unos veinte pasos por delante estaba otro de aquellos hombres. Era casi idéntico
al primero, salvo que éste lucía una visera caída sobre la frente que casi no dejaba ver
las gafas de sol. También llevaba un sobretodo largo y voluminoso que agitaba el
viento. A Will no le cabía ninguna duda de que los dos hombres iban a por ellos.
Al llegar a la altura de la primera tienda de High Street, se pararon y miraron a su
alrededor. En la otra acera charlaban dos ancianas, tirando de sus carritos de
mimbre, cuyas ruedas chirriaban al avanzar. Una de ellas arrastraba además un
obstinado terrier engalanado con su abriguito de tela escocesa. Aparte de ellas, sólo
había unas pocas personas más.
Tanto uno como otro estaban sopesando la posibilidad de gritar pidiendo socorro
o de parar un coche en caso de que pasara alguno, cuando el hombre que tenían
delante se dirigió de repente hacia ellos. Al acercarse los dos hombres,
comprendieron que las opciones se les agotaban rápidamente.
—Esto es demasiado raro, estamos perdidos... Pero ¿quiénes son esos tipos? —dijo
Chester, atropellándose al hablar mientras miraba por encima del hombro al sujeto
del sombrero de fieltro. Al avanzar hacia ellos, el ruido sordo de sus botas en la acera
sonaba como un mazo—. ¿Alguna idea? —le preguntó desesperado a su amigo.
—Mira, salimos corriendo hacia el de la gorra, hacemos como que vamos a tirar
por la derecha, nos escabullimos por la izquierda, y nos metemos en Clarke's.
¿Entendido? —dijo Will sin resuello, mientras el hombre de la visera se acercaba más
y más.
Chester no entendió en absoluto lo que le proponía, pero en las circunstancias en
las que se encontraban, estaba dispuesto a aceptar lo que fuera.
Clarke Bros era la tienda principal de alimentación de High Street. Estaba a cargo
de dos hermanos a los que los vecinos llamaban Júnior y Mediano. La tienda tenía un
toldo de rayas alegres y unos tenderetes de fruta y verdura primorosamente
colocados a cada lado de la entrada. En aquella hora de la tarde en la que el sol
empezaba a ocultarse, la luz que se reflejaba en el escaparate de la tienda resultaba
acogedora y tan atrayente como la de un faro. El hombre de la visera recibía el
resplandor del escaparate, y con su corpulencia casi taponaba la acera de lado a lado.
—¡Ahora! —gritó Will, y se lanzaron a la calzada.
Los dos hombres se abalanzaron tras ellos para atraparlos. Los muchachos corrían
por el asfalto a toda velocidad, y las mochilas les iban rebotando en las espaldas.
Pero los dos hombres corrían más rápido de lo que Will o Chester se habían
imaginado, y el plan se les echó a perder, convertido en una caótica persecución en la
que los chavales intentaban cambiar de dirección y esquivar a los hombres, que eran
recios y pesados, y éstos a su vez trataban de atraparlos extendiendo sus enormes
brazos.
97