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Roderick Gordon- Brian Williams
Túneles
El miedo que sentía llegó a un punto tan insoportable que echó a correr hacia su padre. Trató de llamarlo, pero su voz le salía tan débil que no se oía, como si el aire mismo engullera sus palabras en cuanto surgían de los labios.
Ahora corría lo más rápido que podía. A cada zancada la calle se volvía más estrecha, de manera que las casas de ambos lados se acercaban a él. Y podía distinguir con toda claridad que había unas sombras que lo acechaban amenazadoramente desde los oscuros portales y que salían a la calle a su paso.
Aterrorizado, tropezaba y resbalaba en los adoquines mientras las sombras lo seguían en tal cantidad que, unidas en un solo manto oscuro, ya no se podían distinguir unas de otras. Alargaban los dedos como volutas de humo negro que hubieran cobrado vida, y lo aferraban mientras él trataba de evitarlas. Pero las sombras lo habían apresado y lo retenían con sus garras de tinta hasta que consiguieron inmovilizarlo. Atisbando a su padre en la distancia, Will exhaló un grito sin sonido. El manto negro se plegó sobre él. Se sintió ingrávido, y le pareció que caía por un pozo. Golpeó en el fondo con tal fuerza que se quedó sin aire en los pulmones. Tratando de respirar, se dio la vuelta en el suelo y vio por primera vez el severo y reprobatorio rostro de sus perseguidores.
Abrió la boca, pero antes de que él pudiera comprender lo que sucedía, se la llenaron de tierra. Notó el sabor de aquel bocado de tierra que le oprimía la lengua, y cuyas piedrecitas le rayaban los dientes. No podía respirar: ¡ lo estaban enterrando vivo!
Ahogándose por las arcadas, despertó.
Tenía la boca seca y el cuerpo cubierto de un sudor frío. Se incorporó en la cama y, aún aterrorizado, buscó a tientas la lámpara de la mesita de noche. Con un clic, su reconfortante luz amarilla inundó el dormitorio restableciendo la normalidad. Miró la hora en el despertador. Aún era noche profunda. Se dejó caer sobre la almohada, mirando el techo y respirando con dificultad, mientras su cuerpo seguía temblando. Tenía tan vivo en la mente el recuerdo de la tierra taponándole la garganta como si hubiera ocurrido de verdad. Y mientras estaba allí tendido, recuperando la normalidad de la respiración, lo invadió la idea de la pérdida de su padre, con una fuerza con la que nunca la había sentido. Por mucho que lo intentara, no podía desprenderse de aquella sensación de vacío. Terminó por renunciar al sueño: prefirió observar cómo la luz del alba iba manchando poco a poco el borde de las cortinas antes de introducirse a hurtadillas en el dormitorio.
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