Roderick Gordon - Brian Williams
Túneles
Will se encogió de hombros, haciendo como que examinaba la seca loncha de
carne que tenía en la punta del tenedor.
—Sé que te traes algo entre manos porque he visto a ese buey por el jardín.
—¿Qué buey?
—Vamos, Chester y tú estáis excavando algún túnel por aquí cerca, ¿a que sí?
—Tienes razón —admitió Will. Terminó su bocado y, tomando aire, intentó mentir
con toda la convicción de que era capaz—. Pasado el vertedero.
—¡Lo sabía! —anunció Rebecca, triunfante—. ¿Cómo puedes ponerte a hacer otro
de tus agujeros en un momento como éste?
—Yo también echo de menos a papá, entérate —dijo metiéndose en la boca un
trozo de patata asada fría—. Lo que pasa es que no quiero pasarme el día deprimido
y compadeciéndome... como mamá.
Rebecca lo miró con ojos airados y recelosos antes de darse la vuelta y salir de la
cocina. Will se acabó la cena seca y fría, masticando lentamente cada bocado mientras
miraba al vacío, rumiando los acontecimientos del último mes.
Más tarde, en su dormitorio, sacó un mapa geológico de Highfield y señaló el
punto en que pensaba que estaba la casa y la dirección que calculaba que llevaba el
túnel de su padre desde el sótano, además de la plaza Martineau y la casa de la
señora Tantrumi. Will examinó el mapa durante mucho tiempo, como si fuera un
rompecabezas que tuviera que hacer encajar, antes de quitarlo de encima de la cama
para echarse él. Al cabo de unos minutos concilio un sueño pesado e intermitente por
el que pululaban los siniestros seres que describía su padre en el diario.
En el sueño él iba vestido con el uniforme del colegio, pero éste estaba cubierto de
barro y roto por los codos y las rodillas. Había perdido los zapatos y los calcetines, y
caminaba descalzo por una calle larga y desierta de casitas adosadas que le resultaba
familiar, pero que no lograba identificar. Levantó la vista al cielo cubierto de nubes
de un gris amarillento y sin forma, mientras jugaba con los jirones de las mangas del
uniforme. No sabía si llegaba tarde al colegio o a la cena, pero estaba seguro de que
llegaba tarde a algún sitio en el que tenía que hacer algo de vital importancia.
Se mantenía en el centro de la calle, sintiendo miedo de las casas que había a
ambos lados, que le parecían terribles y oscuras. No brillaba ninguna luz tras las
polvorientas ventanas, ni salía humo de las elevadas y retorcidas chimeneas.
Se sentía perdido y solo. Y entonces, en la distancia, vio que alguien cruzaba la
calle. Supo inmediatamente que se trataba de su padre, y el corazón le dio un vuelco
de alegría. Le hizo señas con la mano, pero se detuvo al presentir que los edificios lo
observaban. Había en ellos una inquietante maldad, como si albergaran una fuerza
malévola contenida, pero preparada para saltar contra él.
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