Roderick Gordon- Brian Williams
Túneles
— Ahora me toca picar a mí, creo— gimió Will mientras ambos se dejaban caer reventados en el suelo de hormigón. Chester no respondió—. ¿ Estás bien?— le preguntó.
Su amigo asintió como grogui. Después miró el reloj entornando los ojos:— Ya debería irme a casa.
— Supongo que sí— dijo Will, mientras Chester se ponía lentamente en pie y recogía sus cosas. No lo dijo, pero se sintió aliviado por que decidiera dar la jornada por concluida. Estaban muy cansados después de cavar y sacar la tierra durante tanto rato y se dio cuenta de que Chester casi no se tenía en pie.
—¿ Mañana a la misma hora?— preguntó Will en voz baja, flexionando los dedos y estirando un hombro en un intento de reducir la rigidez.
— Sí— respondió su amigo, saliendo del sótano por la puerta del jardín, arrastrando los pies y sin tan siquiera mirar a Will.
Continuaron con aquel ritual cada tarde, a la salida del colegio. Will le abría a Chester la puerta del jardín con mucho cuidado, sin hacer ruido. Se cambiaban de ropa y se ponían a trabajar dos o tres horas sin parar. La excavación era especialmente lenta y tortuosa, no sólo por el limitado espacio que había en el túnel y por el hecho de que no podían permitirse que los oyeran en el piso de arriba, sino también porque sólo podían deshacerse de la tierra en el terreno comunal al abrigo de la noche. Al final de cada jornada de trabajo, después de que Chester se hubiera marchado, Will tenía que asegurar en su lugar el módulo de estantes y barrer el suelo.
Aquel día tenía una tarea adicional: mientras engrasaba el eje de la rueda de la carretilla, se preguntaba, no por primera vez, cuánto faltaría para llegar al final del túnel y si habría algo allí. Le preocupaba que estuvieran agotando los materiales. Sin la ayuda de su padre, que habitualmente le surtía de ellos, se veía obligado a coger todos los puntales que podía de los Cuarenta Hoyos, así que a medida que avanzaba el túnel debajo de casa, el otro se volvía más y más débil.
Después, mientras cenaba, encorvado sobre la mesa de la cocina, un plato que ya estaba frío, como otras veces, apareció Rebecca por la puerta, como salida de la nada. A Will le dio un susto, y tragó con dificultad.
—¡ Mira cómo estás! Tienes el uniforme hecho una guarrada. ¿ Esperas que me ponga a lavarlo otra vez?— preguntó cruzando los brazos en un gesto agresivo.
— No— contestó él, evitando mirarla.— Will, ¿ qué te traes entre manos?— preguntó ella.— No sé qué quieres decir— respondió él, obligándose a tragar otro bocado.— Algo haces a escondidas después de clase, ¿ no?
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