Roderick Gordon - Brian Williams
Túneles
15
—¡Vamos! —apremiaba Will, agachado tras la sombra que proyectaba el seto que
bordeaba el terreno comunal, al fondo del jardín.
Chester lanzó un gruñido al empujar la sobrecargada carretilla, y después
serpenteó con dificultad entre árboles y arbustos. Al llegar a campo abierto, viró a la
derecha en dirección a la hondonada que estaban utilizando para verter la tierra.
Entonces, al ver los montículos de tierra suelta y los montones de piedras que ya
estaban allí depositados, Will comprendió que su padre había estado usando aquella
hondonada para lo mismo que ellos.
Vigiló que no pasara nadie por allí mientras Chester vaciaba la carretilla. Éste
emprendió el camino de vuelta a la casa y Will se quedó rezagado para empujar
hacia abajo cualquier piedra grande o terrón de tierra que sobresaliera.
Después de eso, Will alcanzó a Chester. Al volver por el camino trillado que
llevaba al jardín, la rueda de la vieja carretilla chirrió como si protestara por los
incontables viajes que la estaban obligando a hacer. El ruido rompió la tranquilidad
de la templada noche de verano. Los dos amigos se quedaron quietos, mirando a su
alrededor para comprobar que el ruido no había atraído la atención del vecindario.
Recuperando el aliento, Chester se inclinó hacia delante con las manos en las
rodillas, mientras Will se agachaba para examinar la quejumbrosa rueda.
—Tenemos que volver a engrasar esta maldita carretilla.
—¿De verdad? ¡No me digas! —respondió Chester con sarcasmo.
—Creo que será mejor que la llevemos levantada —contestó Will fríamente,
poniéndose de pie.
—¿Tengo que hacerlo? —se quejó Chester.
—Vamos, te echo una mano —dijo Will agarrando por delante.
La llevaron en el aire el trozo que faltaba, echando maldiciones en voz baja, pero
manteniendo un estricto silencio al cruzar el jardín trasero de la casa. Luego, al bajar
por la pequeña rampa por la que se accedía al sótano, pisaron sigilosamente, para no
descubrir su presencia.
86