Roderick Gordon - Brian Williams
Túneles
Will sonrió. Estaba muy bien eso de tener un verdadero amigo, alguien en quien
confiar, aparte de su familia, por primera vez en su vida.
Cuando oscureció, los dos muchachos subieron a hurtadillas la escalera del
museo. Will abrió la puerta con la llave, y entraron rápidamente. En el interior sólo
había la luz necesaria para poder moverse por entre las sombras zigzagueantes que
proyectaba el débil resplandor de la luna y el neón amarillo de las farolas.
—Sígueme —le susurró Will a Chester.
Y, agachados, cruzaron la sala principal hacia el pasillo, ocultándose entre las
vitrinas y haciendo muecas cada vez que sus zapatillas de deporte chirriaban en el
suelo de parqué.
—Cuidado con el...
—¡Ay! —gritó Chester al tropezar con un madero que estaba en el suelo, a la
entrada del corredor, y caer despatarrado—. ¿Qué demonios hace eso ahí? —
preguntó malhumorado, frotándose la espinilla.
—Vamos —le instó Will.
Casi al final del pasillo estaba el despacho del doctor Burrows.
—Aquí podemos encender las linternas, pero con cuidado de no enfocarlas hacia
arriba.
—¿Qué es lo que buscamos? —susurró Chester.
—Aún no lo sé. Primero vamos a registrar la mesa —dijo Will en voz muy baja.
Mientras Chester enfocaba con la linterna, Will hojeaba pilas enteras de papeles y
documentos. No era tarea fácil, porque el doctor Burrows era tan desorganizado en el
trabajo como en casa, y dejaba los papeles por toda la mesa, agrupados en montones
arbitrarios. La pantalla del ordenador estaba tapada por notas adhesivas que
llenaban de rizos toda su superficie. Al buscar, Will se fijaba sobre todo en cualquier
hoja suelta que estuviera escrita con la casi ilegible letra de su padre. Pero terminaron
de examinar todos los papeles sin encontrar nada interesante, así que cada uno se
puso a abrir los cajones de su extremo de la mesa.
—¡Vaya, mira esto! —Chester sacó de entre un montón de latas de tabaco lo que
parecía la patita disecada de un perro engarzada a una varita de ébano.
Will se limitó a dirigirle una mirada severa, y siguió con lo que estaba haciendo.
—¡Aquí hay algo! —dijo Chester con emoción al examinar el cajón del medio. Will
ni siquiera se molestó en apartar la mirada de sus papeles, creyendo que sería otra
tontería—. Eh, mira, tiene una etiqueta con algo escrito. —Se lo pasó a Will. Era un
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